Relatos
 
 
 

 

EL ASALTO AL SISTEMA VIGIA

Autor: Dragael

 

Parte I: La defensa del Sistema Navarrae

Durante siglos, las puertas de Varl habían sido la parte más inaccesible del Sistema Navarrae. El dominio de Carminis y sus tropas se basaba sobre todo en ataques de precisión en los subSistemas Ko-miks y GWP.

 

Gracias a su astucia, su capacidad para eliminar por completo a los oponentes, y la demotecnología de los Arrasadores que permitía bloquear las señales de posicionamiento y petición de ayuda de los contingentes enemigos hasta que los destruían por completo, su posición seguía oculta a los contingentes de exploración marines. A pesar de no saber a qué se enfrentaban, los marines si tenían claro que el enemigo era fuerte en el Sistema Navarrae, y por ello no dejaban de mandar expediciones de guerra desde los sistemas cercanos.

 

Una vez más, las tropas del Emperador estaban formadas por Ángeles Oscuros provenientes del planeta Atalaya, en el vecino sistema Vigía, fortaleza inexpugnable de los secretistas siervos del emperador. Desde ella lanzaban periódicas expediciones de búsqueda de actividad desleal al Imperio, principalmente Xenos y piratas, pero lo que no esperaban encontrarse era al contingente de Marines del Caos que formaban la Balanza del Caos.

 

Las tropas de Carminis habían aumentado con el paso de las décadas y las victorias. Éstas seguían sin incluir ningún demonio con los que tanto asocian los siervos del Falso Durmiente a los caóticos, mantenían su esencia marine, pero adecuadamente dirigidos por el saber de Carminis, y apoyados en la inagotable potencia de fuego de los Arrasadores, eran sin duda un oponente de enorme peligro para los marines espaciales.

 

Sin apenas historia, las tropas de Carminis se deshicieron de un aislado contingente de Ángeles Oscuros inexpertamente comandados por el Sargento Moyo Uncanus. Y se puede considerar inexperto o quizás demasiado arrojado, pero el caso es que sus tropas se habían separado en exceso del núcleo principal del destacamento de Ángeles Oscuros, comandados por el Capellán Lemariont y sus Exterminadores y Land Raiders. Tras acabar con la práctica totalidad de los Marines en servoarmadura, Carminis decidió que lo mejor era dejar vivo al Hermano Moyo, por alguna razón Tzeencth no lo quería muerto ese día, y ordenó a los Arrasadores que desbloquearan los sistemas de comunicación de los leales siervos imperiales.

 

La respuesta no tardó más que segundos en llegar: “Hermano, te creíamos desaparecido, una fuerte tormenta de estática nos había hecho perder tu señal, nos dirigimos a tu posición de inmediato, aguanta, ¡Por el Círculo Interior! ¡Por Lion!”

 

Y con esto, Carminis, sus Rhinos y Predator se dirigieron a interceptar al contingente de refuerzo en una zona más conveniente. Parapetados tras unas enormes rocas, en lo alto de unas escarpadas colinas de duro granito, esperaron a que aparecieran los Land Raider enemigos. En otra posición, los gigantescos vehículos se hubieran podido aproximar a ellos y vomitarles su letal carga de Exterminadores, pero allí se tendrían que limitar a ir rodeando la colina para buscar la ruta que les permitiera subir.

 

Tras la primera descarga láser de los Predator caóticos, que inmovilizaron uno de los tres Land Raider, los otros dos apresuraron el ritmo de avance, para encontrarse con que el terreno era demasiado abrupto para sus pesadas maquinarias. Mientras tanto, desde lo alto, los Predator seguían martilleando a los Land Raider, pero sin nuevos éxitos. No había problema, hasta que los imperiales pudieran encontrar la ruta de subida ofrecían un magnífico blanco a sus artilleros, y más pronto que tarde los láser acabarían dañando sus “invulnerables” blindajes.

 

Tal y como había supuesto Carminis, en menos de un minuto una estela de fuego perforó la estratosfera norte del planeta Ko-Miks IV. Sin duda, las últimas reservas de combatientes de los Ángeles Oscuros venían al rescate de sus Hermanos. Una magnífica estrategia para deshacerse de dos Predator en posición ventajosa. La única pega para el Dreadnought que desembarcó de la Cápsula fue que se encontró rodeado por Carminis, sus Marines de asalto armados con rifles de fusión, y los Exterminadores, incluyendo a su campeón Bellis y su poderoso puño sierra. A decir verdad, el Hermano que vivía hasta entonces en el interior del Dreadnought no distinguió con certeza qué fue lo que lo mandó con su amado Emperador.

 

La explosión del Guerrero y de su Cápsula, destruida personalmente por Carminis, fueron claramente percibidas por los Ángeles Oscuros que seguían rodeando las colinas. La ira y las ansias de venganza se apoderaron de ellos, pero casi en el mismo instante recibieron una señal desde su navío estelar. Debían dirigirse de inmediato a la zona de recogida más próxima: su mundo natal, Atalaya, se enfrentaba a la peor amenaza de su historia, una imparable marea Orca. El Capellán Lemariont no lo dudó, la defensa de Atalaya superaba en importancia al hecho de retirarse admitiendo su derrota en aquel oscuro día, así que ordenó retirada, ordenada, pero retirada.

 

Y Carminis vio una vez más cómo el plan que había intuido en sus elucubraciones más arriesgadas se comenzaba a cumplir. Embarcando con todas sus tropas a la mayor celeridad, dispuso el rumbo al Sistema Vigía. El momento de entrar a través de sus inexpugnables defensas era ahora o nunca, aprovechando los daños causados por el fenomenal Waaaagh orco al que se enfrentaban sus defensores. Sólo tenía que deslizarse por los distintos planetoides de manera lo suficientemente audaz y discreta para llegar a su objetivo: la reliquia demoníaca que secretamente custodiaban desde hacía siglos los Ángeles Oscuros en dicho sistema, clave para poder afrontar su más arriesgado plan: el renacer de Lord Davius.

 

Parte II: El Waaaagh de Atalaya

 

Con los motores ya al mínimo, y toda la energía y concentración destinada a los sistemas de ocultación, el Sistema Vigía se mostró ante sus sentidos en toda su extensión y matices: la miriada de planetoides, lunas, mundos y submundos discurrían en sus órbitas con aparente rutina, pero realmente estaban a punto de posicionarse tal y como Tzeentch le había avisado que ocurriría, de manera única e ideal para provocar una infestación en nombre de Nurgle en el más poblado de los planetas del sistema, el planeta Natrhill.

 

No es que Carminis fuera a provocar dicha infestación, eso lo haría el propio Padre Nurgle, por supuesto. El resultado fue tan letal para la población del mismo como si una tormenta de Terminatus hubiera sido lanzada contra el planeta entero. Tras el mortal abrazo que sintieron la mayoría de sus difuntos pobladores, la virulencia tóxica remitió, para permitir a los escasos supervivientes que tuvieran la oportunidad de abrazar la fé del Padre Nurgle. Y este fue el momento que Carminis aprovechó para desembarcar en el planeta.

 

Como esperaba, su presencia, con su innegable Hechicería de Tzeentch marcada, no pasó desapercibida más de lo indispensable para los demonios. Aquí y allá comenzaron a aparecer Portadores de Plaga, que se comenzaron a deslizar, renqueantes y apestosos, hacia Carminis y sus tropas. Uno de los demonios, notable por su tamaño y aún más asqueroso y putrefacto aspecto, se destacó de sus compañeros de infección y bramó a Carminis:

 

“¿Quién eres tú que osas mancillar con tu presencia este tributo al Padre Nurgle? Reverencia al verdadero Poder, clama por tu patética vida, o apártate y huye.”

 

Carminis ni se inmutó.

 

Pasaron unos tensos minutos, mientras el Heraldo de Nurgle sopesaba sus posibilidades contra los marines de la Balanza del Caos. Frente a él, y rodeados por infinidad de Portadores de Plaga, se apiñaban unos cuantos marines del Caos, un poderoso Hechicero de Tzeentch y su escolta de marines con retroreactores. Sin duda, una buena ofrenda para la Plaga. El desafío que suponía la continuidad de la presencia del Hechicero de Tzeentch debía ser saldada con su horrible muerte, o mejor con su agonía interminable acabada tan sólo cuando jurase lealtad a Nurgle. Con un horrible grito de peste, los Portadores se lanzaron al ataque. Y para comandarlos se presentó desde lo más putrefacto del Inmaterium un poderoso Gran Demonio de Nurgle.

 

Con lo que no habían contado los siervos de la podredumbre, al contrario que Carminis, era con los Arrasadores y Exterminadores que se teleportaron instantes después a las exactas posiciones que les marcaban Carminis y sus tropas. La descarga de plasma, fusión y bólteres de los marines desgarró con impensable rapidez la esencia de los Portadores. El Heraldo de Nurgle vio horrorizado como Carminis y su escolta se abalanzaban contra él, dándole apenas tiempo a escudarse tras un grupo de demonios. Sin embargo, la violencia del ataque de Carminis, su inhumana velocidad con la espada psíquica que portaba, y las letales descargas arcanas de pura disformidad eran sin duda demasiado para ellos. Los muertos en vida apenas tuvieron tiempo de tener miedo cuando sintieron llegar su muerte definitiva.

 

Ya sólo quedaba el Gran Demonio de Nurgle, y algunos Nurgletes que habían aparecido aquí y allá invocados por su demoníaca presencia. Toda la Balanza del Caos se giró contra él, lo rodeó y para su sorpresa, lo atacó pero mientras Carminis realizaba un ritual arcano de desconocido efecto para su vasta experiencia. El Demonio tenía claro que lo único que le quedaba antes de volver a la disformidad era llevarse cuantos más oponentes mejor, y sintió que su forma física era desgarrada por innumerables impactos, pero al notar la llamada de vuelta al todo disforme, se vio sorprendido por algo inexplicable: unos rayos de arcana energía cortaban su nexo de unión a la disformidad, aislándolo, humillándolo, reduciéndolo, atrapándolo, esclavizándolo…

 

El segundo paso del renacer de Davius estaba dado. Con la esencia de Nurgle en su poder, el favor de Tzeentch de su parte, y la futura simple promesa a Khorne de más y más muertos, ya sólo quedaba derrotar a un poderoso siervo de Slaanesh para atrapar su esencia demoníaca y transmitir los cuatro poderes a Davius. Si el plan salía bien, Davius lograría un poder prácticamente nunca visto, aunque por supuesto, gracias a su previsión, tendría claro en todo momento que la muerte de Carminis desharía el arcano ritual que lo había dotado de tal poder. Y si salía mal, bueno, Davius ya había estado prácticamente muerto cuando Carminis lo rescató en el planeta Shotan, así que no se perdía nada.

 

No iba a tener que esperar mucho para ello. Como ya sabía, en medio del maremagnum de muerte y batallas provocado por el Waaaagh orco y la denodada defensa de los Ángeles Oscuros, otro contingente de marines del Caos, liderados por el Principe Demonio Elthar de Slaanesh se hallaba en el sistema para tratar de recuperar también la reliquia custodiada durante siglos por los Ángeles Oscuros.

 

La batalla fue dura, intensa y letal, increíblemente breve para la potencia de los ejércitos enfrentados. Contra la Balanza del Caos se oponían Land Raiders cargados de sanguinarios Berserkers, Vindicators poseídos cuya superficie supuraba sangre, y en medio de todos ellos el altivo Principe Elthar, Legado de Slaanesh y sin embargo comandante de Berserkers para mayor gloria del Caos. Envuelto en la neblina mental de quien se ha visto sometido durante demasiado tiempo al efecto hechicero de la distorsión temporal, Carminis apenas podía recordar el transcurso de la batalla. Tan sólo tenía claras dos cosas: que la aparición en los momentos exactos de los arrasadores les había permitido descargar toda su potencia de fusión contra los blindados enemigos, destruyéndolos sin opción a respuesta, y que había ganado. Con este único pensamiento, y mientras los restos de sus maltrechas tropas se reagrupaban, Carminis se dispuso a completar el ritual de marcado de Lord Davius. La reliquia custodiada por los Guardianes del Cónclave era demasiado poderosa para llevársela de la prisión en la que se encontraba, pero allí mismo si que la podía utilizar para canalizar las esencias de los cuatro dioses del Caos hacia su destinatario. Aparte que llevársela atraería sin remisión infinidad de problemas, como la fama de un gran luchador atrae a más y más oponentes deseosos de demostrar que son mejores que su famoso rival.

 

Lord Davius recibió las Cuatro Marcas, y se dispuso a continuar su venganza contra el Imperio, de la mano de Carminis de Tzeentch, y Carminis de Tzeentch se dispuso a continuar su inagotable búsqueda de poder, con un renacido comandante para sus tropas al que enviar a la batalla. Juntos, abandonaron el Sistema Vigía, rodeados de una inconmensurable marea de Orcos, pero sin enfrentarse con uno sólo de ellos, según Tzeentch había previsto.

 

 

 

 
 
 
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