"De
la muerte llega la esperanza, de la desolación
vienen los nuevos comienzos, de las estrellas
desciende la Deathwing”.
Autor:
William King
Traducción: Kushtar
CloudRunner
contempló la ruina
en la que se había convertido su
mundo y sintió ganas de llorar.
Cerró los ojos e inspiró con
fuerza tres veces, pero cuando volvió a
mirar nada había cambiado. Se volvió hacia
la nave de desembarco de la Deathwing.
Weasel-Fierce
acababa de descender por la rampa. Miró a su alrededor con
rapidez a lo que una vez había sido
la aldea de CloudRunner, tras lo cual colocó su
bolter de asalto en posición de
combate. Una mueca desfiguró su
cadavérico rostro.
"Ángeles Oscuros, estad preparados.
La Muerte ha caminado por aquí.”,
dijo. El sol arrancó furiosos
destellos a su negra armadura de exterminador.
Con su pelo blanco y varios tatuajes-cicatriz
en forma de Y, se asemejaba al Devorador
de Huesos que hubiese venido a reclamar
el mundo.
CloudRunner
sacudió su cabeza si
creer lo que veía. Durante doscientos
años había guardado la memoria
de este lugar en su mente. Aunque el Capítulo
era su hogar y los Hermanos su única
familia, siempre había creído
que su espíritu volvería
a aquel lugar cuando el Emperador le concediese
el descanso. Miró en dirección
de los montículos funerarios. Habían
sido desecrados. Se acercó a la
entrada. Vio que todos los huesos estaban
rotos y esparcidos por todas partes. Era
una blasfemia que solo el más encarnizado
de los enemigos podría llevar
a cabo. Era el fin de su clan.
"Los fantasmas de mis antepasados
vagan sin reposo”, dijo. “Se
convertirán en bebedores de sangre
y devoradores de excrementos. Mi clan ha
sido deshonrado”.
Sintió un pesado guantelete en
su hombro y se giró para ver a Lame
Bear mirándole desde la altura.
Hacía dos siglos, él y CloudRunner
habían pertenecido a clanes rivales.
Ahora los guerreros con los que había
luchado codo con codo estaban muertos,
y la vieja rivalidad se había
convertido con rapidez en amistad y confianza.
"Los Ángeles Oscuros son tu
gente, ahora”, dijo Lame Bear en
voz baja. “Si es necesario vengaremos
esta afrenta.”
CloudRunner
sacudió la cabeza. “Este
no es el Camino. Los Guerreros del Cielo
están por encima de las pataletas
de los clanes. Elegimos sólo a los
más valientes de la Gente de la
Pradera. No tomamos parte.”
"Tus palabras honran a tu Capítulo,
Hermano Capitán.”, dijo Lame
Bear, deteniéndose para tomar algo
que estaba sobre la hierba. CloudRunner
pudo ver que era la cabeza metálica
de una gran hacha. La pena luchó con
la curiosidad, y terminó venciendo.
"Esta no era la vuelta a casa que
había imaginado,”, susurró CloudRunner. “¿Dónde
están los niños reuniendo
flores para la Fiesta de Otoño? ¿Dónde
las jóvenes chicas que se apiñan
para lanzar serpentinas sobre nuestras
armaduras? ¿Dónde Los Que
Hablan con los Espíritus, que
quieren comulgar con nosotros? Muertos.
Todos muertos.”
Lame
Bear se escabulló, dejando
a CloudRunner a solas con su dolor.
“Dos Cabezas” estudió los
cuerpos disecados dentro del recinto. Uno
era el de un viejo guerrero. Su agarrotada
mano aún sostenía un hacha
de piedra que lucía la runa del
Pájaro del Trueno grabada en el
filo. El otro cuerpo era el de una doncella.
Entre sus esqueléticas manos estaban
los restos de un bebé. Por la posición
se adivinaba que había sido ella
la que había estrangulado al niño
antes que dejar que callase vivo en manos
del enemigo, o al menos eso dijo BloodyMoon.
El Bibliotecario se dio cuenta del terror
que dominaba la voz del marine. Inspiró profundamente,
intentando ignorar el rancio olor que
impregnaba el lugar.
“Algo malvado ocurrió aquí,
pero fue hace décadas”, respondió “Dos
Cabezas”, intentado calmar el miedo
supersticioso de BloodyMoon. Necesitaba
tiempo para pensar, para rebuscar entre
los acontecimientos del pasado. El aura
de terror ancestral casi lo sobrepasó.
Las sombras se cernían sobre la
estancia. Había algo ominosamente
familiar en el aura psíquica de
la zona.
"Gran Chamán . . ." dijo
BloodyMoon. El Bibliotecario esbozó una
leve sonrisa. Los hábitos ancestrales
y sus costumbres afloraban con fuerza
en aquellos hombres ahora que pisaban
de nuevo su mundo natal.
"Hermano Bibliotecario es mi título,
BloodyMoon. Ya no formas parte de mi
guardia de honor. Ahora ambos somos Marines.”
"Gran… Hermano Chamán,” continuó diciendo
BloodyMoon. "Ningún guerrero
de las Planicies podría causar semejante
destrucción. ¿Creéis
que…?"
"Aún
debemos investigar, viejo amigo. Tenemos
que visitar el resto de los asentamientos,
hablar con sus jefes. Si las cosas han
vuelto a como estaban en la Era de las
Invasiones, debemos ponerles fin.”
Se rumoreaba
que algunos de los Clanes de las Colinas
aún se aferraban
a los antiguos ritos de adoración
demoníaca que databan de mucho antes
de la llegada de las primeras tropas del
Emperador. Si eso era cierto, los marines
debían entrar en acción.
De alguna
forma “Dos Cabezas” no
creía que las cosas hubiesen llegado
a tal extremo. Esto no tenía pinta
de ser obra de los adoradores de demonios,
aunque había y hedor en el aire
que le era familiar. Un horror casi palpable
se aferró a su mente. Lo desechó de
nuevo y rezó para que sus sospechas
no fuesen ciertas.
La ciudad
se extendía sobre la
planicie como un Leviatán durmiente.
CloudRunner la vio antes que los demás
y ordenó a Lame Bear que aterrizase
la nave de desembarco en un pequeño
valle, fuera de la vista de las murallas
de la ciudad.
Desde
lo alto de la colina, estudió el
lugar con unos magnoculares. Era un sitio
feo que le recordaba a los Mundos Colmena
en los que había estado. Cubría
muchas millas y estaba aprisionada dentro
de unas murallas megalíticas. Grandes
columnas de humo se elevaban en la distancia,
vomitando acres nubes químicas hacia
el cielo grisáceo.
Fuera
de las murallas, los ríos
fluían negros de veneno. Mientras
CloudRunner observaba, vio rebaños
siendo conducidos desde grandes barcazas
hacia unas naves en el interior de la ciudad.
Desde inmensos barracones de piedra la
gente se apresuraba a cruzar las calles
hacia gigantescas factorías de ladrillo.
Una niebla rala se levantaba ocasionalmente,
ocultando la sombría ciudad y
a sus temerosos habitantes.
"De ahí es de donde procede
el hacha de metal de Lame Bear," dijo “Dos
Cabezas”, descendiendo al suelo tras
CloudRunner. "Me pregunto quién
lo construyó.”
"Es una pesadilla," murmuró CloudRunner. "Volvemos
a casa para encontrar nuestras aldeas arrasadas
y esta… abominación en
su lugar.”
"Esa ciudad puede albergar a todos
los clanes de todos los pueblos de las
Planicies y diez veces más. ¿Es
posible que nuestra gente haya sido esclavizada
y traída aquí, Hermano Capitán?”
CloudRunner
permaneció en silencio,
pensándolo. “Si así ha
sido, bajaremos ahí con bolters
y lanzallamas para liberarlos.”
"Debemos saberlo antes de actuar.
Podríamos vernos superados en número
y atrapados con facilidad.”, respondió el
Chamán.
"Yo digo que entremos ahí con
las armas listas”, dijo Weasel-Fierce
desde más atrás. “Si
encontramos enemigos, los quemaremos.”
"Supón que ellos piensen lo
mismo. La basura y suciedad dan al lugar
un aspecto puramente Orko.”, replicó Lame
Bear. Había estado explorando un
poco más por delante.
"Ningún Orko ha puesto piedra
sobre piedra de esa forma antes”,
objetó “Dos Cabezas”. “Esa
es ingeniería humana.”
"No es obra de las Gentes de las
Planicies”, concluyó CloudRunner. "Esos
barracones son cien veces más grandes
que cualquier choza, y están hechos
de ladrillo y cemento.”
"Sólo hay una forma de averiguar
algo”, masculló tras un rato “Dos
Cabezas”. “Uno de nosotros
debe visitar la ciudad”.
Los guerreros
asintieron con aprobación.
Cada uno hizo un gesto para indicar
que estaba dispuesto a ser el voluntario.
“Dos Cabezas” negó con
la cabeza. “Yo iré. Los espíritus
me protegerán”.
CloudRunner
vio que el resto de los guerreros le miraban
esperando su decisión
final. Como Capitán estaba por encima
del Bibliotecario y podría impedirle
actuar. Miró de nuevo a la ciudad,
luego al Chamán que permanecía
quieto y orgulloso ante él. Una
sensación de vacío, de futilidad,
le invadió. Su pueblo, su gente,
habían desaparecido.
"Como deseéis, Gran Chamán.
Habla con los espíritus y solicita
su ayuda.”, dijo por fin usando la
respuesta tradicional desde incontables
siglos. “La escuadra de BloodyMoon
permanecerá aquí para protegerte.
El resto de nosotros nos iremos con la
Deathwing para visitar el resto de los
asentamientos de los clanes supervivientes.”
...
La noche
cayó mientras “Dos
Cabezas” completaba sus preparativos.
Colocó las cuatro calaveras de sus
predecesores en el suelo a su alrededor.
Cada una miraba hacia uno de los puntos
cardinales y vigilaba uno de los puntos
de acercamiento desde el reino de los espíritus.
Encendió un pequeño fuego
en una hondonada en el centro de las calaveras,
echó en él un puñado
de hierbas e inspiró profundamente.
Tocó la calavera alada ceremonial
del pectoral de su armadura y luego la
cabeza de la muerte de la hebilla de su
cinturón. Finalmente rezó al
Emperador, domador de los pájaros
del trueno y faro del camino de las almas,
para que lo protegiese mientras realizaba
su magia. Y comenzó a cantar. Los
vapores de las hierbas llenaron sus pulmones.
Sintió que se elevaba por encima
de su cuerpo y miraba toda la escena desde
arriba. Los otros Exterminadores se alejaron
del círculo ritual. Una brisa gélida
sopló a través de él,
y la vida se le fue escapando mientras
su espíritu vagaba por las sendas
del borde de la muerte. Grandes espasmos
sacudieron su cuerpo, pero consiguió dominarse
y proseguir con el ritual.
Estaba
en un lugar desangelado y sombrío.
Sintió unas presencias blanquecinas
en el borde de su campo de visión,
borrosas como la niebla y frías
como un túmulo. El Chamán
habló a las presencias, hizo pactos
que las obligaban a prestarle servicio
y les recompensó con una porción
de su fuerza. Sintió que los hambrientos
espíritus se arremolinaban a su
alrededor, listos para ocultarlo a cualquier
vista, para evitar que nadie más
pudiese encontrarle y que sólo
los amigos fuesen capaces de verle.
Caminó fuera del círculo,
a través del grupo de vigilantes
Marines. Mientras coronaba lo alto de la
colina vio la ciudad a lo lejos. Incluso
de noche, sus fuegos estaban encendidos
iluminando el cielo y convirtiendo a la
metrópolis en una sombra gigante
que reptaba por el valle.
...
Sobre
ellos, a través de la penumbra,
se cernían las Montañas de
la Tormenta. CloudRunner se preguntó cómo
lo estaría llevando Lame Bear. La
cara del hombretón era una máscara
blanca. No se dejaba a sí mismo
pensar en lo que le podría haber
ocurrido a su gente.
El pueblo
de los Osos Cazadores era el último
que habían visitado: el más
alejado, construido en las cavernas bajo
el Pico del Jirón de Nubes. Lame
Bear subió a la carrera por el estrecho
sendero que les conducía a través
de los barrancos.
CloudRunner
intentaba no pensar en los demás asentamientos que habían
visitado. No habían encontrado otra
cosa más que desolación y
tumbas desecradas. Ningún alma viviente
excepto los Marines caminaba entre los
tótem caídos. Habían
enterrado los cuerpos que habían
encontrado y ofrecido plegarias al Emperador
por la seguridad de los muertos.
CloudRunner
pudo ver a Weasel-Fierce hacer una pausa.
La gran mano del hombre jugueteaba con
la empuñadura emplumada de su
daga ceremonial. Estudiaba los bordes rocosos
que había más arriba del
camino y olía el aire a su alrededor.
"No hay centinelas”, dijo. “De
joven yo solía cazar por estas montañas.
Los Osos Cazadores tenían los centinelas
más eficientes de todas las tribus.
Si alguno estuviese vivo, ya deberíamos
haber sido desafiados.”
"¡No!" gritó Lame
Bear mientras se lanzaba en una loca carrera
hacia las cavernas que estaban más
arriba.
“¡Escuadra Paulo, en vigilancia!” ordenó CloudRunner.
Cinco Exterminadores detuvieron su movimiento
y permanecieron como estatuas vigilando
la entrada. "El resto que me siga.
Cascos puestos. Mantened vuestros ojos
sin parpadear. Weasel-Fierce, establece
un seguimiento sobre Lame Bear. No le
pierdas.”
Las luces
de búsqueda de las armaduras
iluminar la entrada de la cueva cuando
comenzaron a avanzar. Docenas de túneles
partían en distintas direcciones
desde aquel lugar. Pequeñas criaturas
chillonas se alejaban aleteando furiosamente
de sus luces. Durante un momento CloudRunner
se permitió albergar algunas esperanzas.
Si iban a encontrar algunos supervivientes
de las Gentes de las Planicies sería
aquí. En ese enorme laberinto de
oscuridad, el pueblo de Lame Bear podía
haberse escondido durante años,
evitando cualquier persecución.
Mientras
seguían la señal
del localizador de Lame Bear a través
de la confusión de galerías,
la desesperación comenzó a
minar la confianza de CloudRunner. Cruzaron
salas en las que los muertos se amontonaban.
Algunas veces los cuerpos tenían
marcas de lanzas y hachas; otros estaban
aplastados por una fuerza inhumana. De
algunos apenas quedaban miembros reconocibles.
CloudRunner había visto cuerpos
en aquel estado antes, pero se decía
a sí mismo que no podía haber
ocurrido allí. Aquello no podía
ocurrir en su mundo natal – en las
vastas naves espaciales a la deriva en
el frío espacio quizás, pero
no aquí.
Encontraron
a Lame Bear de pie en el centro de la más grande de todas las cuevas.
Incontables huesos alfombraban el suelo.
Grupos de roedores escaparon de sus haces
de luz y se escurrieron en las sombras.
Lame Bear sollozaba calladamente, y apuntó hacia
las paredes cuando entraron sus compañeros.
Pinturas murales que databan del comienzo
de los tiempos cubrían los laterales
de la caverna, pero fue la representación
pictórica más elevada, cercana
al propio techo, la que llamó la
atención de CloudRunner. No había
duda en aquella forma malvada con cuatro
brazos. El odio y el miedo se dieron
caza uno a otro en su mente.
"Genestealers," escupió.
Tras él, Lame Bear gimió de
dolor. Weasel- Fierce profirió su
risa corta que sonó como un ladrido.
El sonido hizo que a CloudRunner se le
helase la médula de los huesos.
...
“Dos Cabezas” se introdujo
a través de las abiertas puertas
de la ciudad. Un hedor insoportable asaltó su
nariz. Su concentración decayó,
y sintió que los espíritus
luchaban por alejarse de él. Puso
en juego su voluntad de hierro, y el hechizo
de protección continuó en
activo.
Estudiando
sus alrededores, se dio cuenta de que no
habría necesitado preocuparse.
No había guardias, sólo un
puesto de peaje en el que se acomodaba
un funcionario de cara mantecosa, comprobando
un montón de papeles y recibos.
A su manera, esto también era preocupante:
los constructores de la ciudad no sentían
miedo como para poner vigilantes.
“Dos Cabezas” contempló al
escriba. Se sentaba tras una pequeña
ventana bajo la cual había una especie
de mostrador. En su mano había una
pluma. Estaba escribiendo a la luz de una
mortecina lámpara. Durante un segundo
pareció sentir alguna presencia
y miró a través de la ventana.
Tenía los pómulos altos y
la piel rugosa de la Gente de las Planicies,
pero las similitudes terminaban aquí.
Sus miembros parecían entumecidos
y débiles. Sus facciones mostraban
una palidez enfermiza. Con una fuerte tos
volvió a ocuparse de su trabajo.
Su cara no mostraba las cicatrices propias
del ritual de madurez. Sus ropas estaban
hechas de algún tipo de tejido,
no de pieles de alces. Tampoco tenía
armas al alcance de su mano, y no parecía
incómodo por estar sentado en aquella
minúscula oficina en lugar de acechando
en campo abierto. “Dos Cabezas” pensó que
era difícil de creer que aquél
fuese un descendiente de su orgullosa
cultura guerrera.
Continuó adentrándose en
la ciudad, eligiendo su camino a través
de las irritantemente estrechas y sucias
calles que serpenteaban entre los enormes
edificios. El lugar estaba edificado sin
ningún tipo de orden o propósito.
Había grandes plazas frente a los
edificios de las factorías, pero
no se apreciaba ningún plan final
en aquella disposición. La ciudad
había crecido sin control, como
un cáncer.
No había sumideros ni alcantarillado,
por lo que el pavimento estaba lleno de
basuras. El hedor de los desperdicios humanos
se mezclaba con el de la comida frita y
el aroma inconfundible del alcohol barato.
Las sombrías puertas achaparradas
de tabernas y tiendas de comida se abrían
en los bordes de las plazas.
Niños sucios correteaban por todas
partes. Aquí y allí, hombres
fuertes y bien alimentados que lucían
largos abrigos azules se abrían
paso entre la gente. Tenían en su
rostro los tatuajes-cicatriz rituales,
y se movían con un orgullo que rallaba
la soberbia. Si alguien se interponía
en su camino, le golpeaban con grandes
porras de madera. Para sorpresa de “Dos
Cabezas”, ninguno de los golpeados
osaba responder al ataque. Parecían
demasiado débiles de voluntad
como para desear pelear.
Mientras
vagaba por allí, el Bibliotecario
se dio cuenta de algo aún más
horrible. Todos los componentes de la multitud,
excepto los golfillos y los hombres de
los abrigos azules, estaban mutilados.
Hombres y mujeres tenían algún
miembro amputado o grandes zonas de su
piel quemada y retorcida. Algunos descansaban
sobre cajas o empalizadas de madera, dejando
colgar los muñones de sus piernas.
Otros estaban ciegos y eran los niños
los que los guiaban. Un enano sin piernas
pasó a escasos metros, arrastrándose
por el suelo utilizando sus manos como
método de locomoción. Todos
parecían ser las víctimas
accidentales de algún enorme proceso
industrial.
En la
oscuridad, a la luz de las llamaradas que
salían de las infernales chimeneas,
se movían como sombras que vagasen
por el más allá en busca
de almas, o de su liberación. Llamaban
a gritos al Padre Celestial, al Emperador
de cuatro brazos, para salvarles. Maldecían
y malvivían y se lamentaban bajo
un cielo contaminado. “Dos Cabezas” vio
a los pobres robar a los pobres y se preguntó con
dolor cómo su pueblo había
llegado a caer tan bajo.
Recordó a los altos y fornidos
guerreros que vivían en los asentamientos
de la llanura, sin pedir nunca nada de
ningún hombre. ¿Qué magia
maléfica podía haber convertido
a la Gente de las Planicies en estas patéticas
criaturas?
Sintió un tirón cuando un
niño le cogió del brazo. “Monedas,
viejo. Monedas para comprar comida.”
“Dos Cabezas” suspiró con
alivio. Su hechizo aún se mantenía.
El niño sólo podía
ver una figura embozada e inofensiva. Podía
sentir el empuje de los espíritus
que pugnaban por alejarse de él
subconscientemente, pero aún no
se habían librado de su control.
“No tengo nada para ti, pequeño”,
dijo. El muchacho se escabulló entre
un torrente de maldiciones.
Deprimidos
y furiosos, los Marines abandonaron el
poblado en las cuevas. CloudRunner se dio
cuenta de que el rostro de Lame Bear estaba
blanco. Hizo un gesto al hombretón
y a Weasel-Fierce para que le siguiesen.
Los dos líderes de escuadra caminaron
tras él. Subieron hasta un gran
saliente de roca y miraron hacia el valle
que había más abajo.
“Stealers,” dijo. “Debemos
informar al Imperio.”
Weasel-Fierce
escupió sobre el
borde rocoso.
“La oscura ciudad es suya, entonces,” gruñó Lame
Bear. Había un poso de odio en sus
tranquilas palabras que CloudRunner comprendió. “Deben
haber conquistado a los Pueblos y haberlos
sometido a esclavitud.”
"Algunos clanes se resistieron,” CloudRunner
continuó. Estaba orgulloso de ello.
El hecho de que su propio clan hubiese
decidido continuar con una lucha perdida
de antemano en lugar de rendirse le reconfortó de
alguna forma.
“Nuestro mundo está acabado;
nuestra era ha tocado a su fin.”,
murmuró Weasel-Fierce. Sus palabras
resonaron tristemente como grandes campanas
en la mente de CloudRunner. Weasel-Fierce
tenía razón. Toda su cultura
y modo de vida habían sido barridos.
Los únicos que podrían recordar
la vida de las Gentes de las Planicies
eran los Marines de los Ángeles
Oscuros. Cuando éstos muriesen,
los clanes sólo sobrevivirían
en los registros de la Flota del Capítulo.
A menos que los Ángeles Oscuros
cambiasen sus tradiciones milenarias y
comenzasen a reclutar de otros planetas,
el Capítulo desaparecería
con la actual generación de Marines.
CloudRunner
se sintió vacío.
Había retornado a su mundo con tantas
esperanzas. Iba a caminar una vez más
entre su gente, ver de nuevo su pueblo
natal antes de que la edad o el enemigo
se lo llevasen. Y ahora se encontraba con
que su mundo estaba muerto, lo había
estado durante muchos años.
"Y ni siquiera nos enteramos”,
dijo en voz baja. “Nuestros clanes
han estado muertos durante años,
y nunca lo hemos sabido. Maldigo el día
en que volvimos con la Deathwing a nuestro
planeta natal.”
Los líderes de escuadra permanecieron
en silencio. La luna derramó sus
rayos a través de un claro en las
nubes. Más abajo, en el valle,
vieron la difusa silueta de una calavera
alada gigantesca tallada en la basta
roca.
“¿Qué es eso?”,
preguntó Weasel-Fierce. “No
estaba ahí la última vez
que exploré ese valle.” Lame
Bear le dirigió una mirada extraña.
CloudRunner sabía que su viejo amigo
estaba intentado digerir la noticia de
que un guerrero de otro clan hubiese pisado
lo más profundo del valle sagrado
de su tribu. Incluso después de
un siglo, el callado guerrero de los Osos
Cazadores aún podía sorprenderles.
“Era donde nuestros hombres santos
practicaban su magia y hablaban con los
espíritus.”, contestó Lame
Bear tras un momento. “Deben haber
intentado invocar a la Deathwing, la que
trae a los guerreros desde el cielo. Tienen
que haber estado muy desesperados para
haber probado semejante cosa. Confiaron
en que nosotros les protegeríamos.
Nunca vinimos.”
CloudRunner
oyó a Weasel-Fierce
gruñir. “Les vengaremos”.
Lame
Bear asintió con fuerza. “Iremos
a arrasar esa ciudad.”
"Nosotros somos sólo treinta,
contra una ciudad posiblemente abarrotada
de Stealers. El Codex es extremadamente
claro en situaciones como esta. Debemos
realizar un bombardeo vírico desde
las naves orbitales.”, contestó CloudRunner.
Lame Bear y Weasel-Fierce le miraron
sin entender.
"¿Pero qué ocurrirá con
nuestra gente? Aún pueden sobrevivir.”,
replicó Lame Bear aunque sin mucha
fe en sus propias palabras. “Debemos
considerar esa posibilidad antes de purificar
nuestro mundo natal.”
Weasel-Fierce
se había puesto pálido.
CloudRunner nunca le había visto
tan abatido.
"No puedo hacerlo”, susurró. “¿Y
tú, Hermano Capitán? ¿Puedes
dar la orden que destruiría nuestro
mundo, y a nuestra gente, para siempre?”
CloudRunner
sintió el peso de una
enorme responsabilidad sobre sus hombros.
Su tarea estaba clara. Aquí, en
su mundo, había una gran amenaza
para el Imperio. Una palabra suya podía
condenar a todo su pueblo a la desaparición.
Intentó no pensar en que Lame Bear
podía tener razón, que la
Gente de las Planicies podían no
estar completamente esclavizadas por los
Genestealers. Pero el pensamiento seguía
presente porque él también
esperaba que fuese así. Estuvo paralizado
durante un momento, abrumado por la enormidad
de la decisión.
"La elección no es solo tuya,
CloudRunner," dijo Weasel-Fierce. "Esto
incumbe a todos los guerreros de las
Planicies."
CloudRunner
miró directamente a
sus ojos ardientes, ya que Weasel-Fierce
había invocado el antiguo ritual.
Debía ser respondido. El Capitán
Exterminador miró a Lame Bear.
El rostro del gigante estaba petrificado.
CloudRunner
asintió. “Debe
haber un Concilio”.
...
“Dos Cabezas” vio un estallido
de violencia en uno de los extremos de
la plaza en la que estaba. Una escuadra
de casacas azules estaba forzando a un
grupo de mutilados pedigüeños
para que se apartasen. La gente caía
al suelo y era aplastada mientras avanzaban
entre la multitud como un cuchillo a través
de la carne.
El Bibliotecario
retrocedió hasta
la entrada de una taberna. Un joven guardia
con las cicatrices de sus mejillas aún
recientes se acercó demasiado. Alzó su
porra para golpear a “Dos Cabezas”,
confundiéndolo con uno más
de la masa. Su golpe rebotó en el
blindaje de su armadura de Exterminador.
El casaca azul lo miró con asombro,
y luego retrocedió.
Un palanquín llevado por varios
hombres, rapados y embutidos en uniformes
marrones, se movió a través
del gentío por el camino abierto
por los matones. “Dos Cabezas” vio
el símbolo de un hombre con cuatro
brazos grabado en uno de los lados, y sintió una
repentina oleada de temor. Sus peores
sospechas acababan de justificarse.
"Almas, Anciano, danos almas," suplicó la
multitud, voces que convergían para
formar un poderoso rugido. Muchos habían
caído de rodillas en el suelo, muñones
y manos alzadas en un ruego patético
hacia el palanquín.
La cortina
de uno de los laterales se abrió y un hombre gordo y chaparro
descendió. Su pálida piel
tenía un tinte azulado, allí donde
era visible bajo un elegante traje negro.
También vestía botas negras
de caña alta y una gabardina blanca
sobre todo ello. Un colgante de una figura
con cuatro brazos colgaba de su cuello.
Su cabeza también estaba rapada
al cero, y tenía penetrantes ojos
negros. Contempló fijamente a la
multitud y sonrió glotonamente,
hinchando la papada de forma que se crearon
una docena de pequeñas barbillas
carnosas.
Echó mano a su cintura y cogió una
especie de monedero pequeño. La
multitud contuvo el aliento, expectante.
Durante un segundo su mirada se cruzó con
la del Bibliotecario, y pareció confuso.
Una mueca, que podía ser de disgusto,
cruzó su rostro. “Dos Cabezas” sintió un
tirón en una de sus piernas y cayó sobre
una de sus rodillas, aunque iba contra
sus principios arrodillarse ante algo que
no fuera la imagen del Emperador. Sintió que
una presencia maligna lo acechaba observándolo,
y se preguntó si la inquietante
mirada del elegante líder habría
penetrado su disfraz espiritual.
Todas
las escuadras se reunieron alrededor de
la gran hoguera. Los grandes troncos ardían vivamente en la oscuridad,
iluminando los rostros de los Marines desde
abajo y dándoles una apariencia
demoníaca. Tras ellos, Deathwing
reposaba sobre sus trenes de aterrizaje,
una masa grisácea recortada sobre
la negrura de la noche. CloudRunner sabía
que más allá estaba la
ciudad de sus enemigos, donde pululaban
las abominaciones.
Los más cercanos a los fuegos eran
los líderes de Escuadra, con sus
rostros impasibles. Tras ellos se alineaban
sus propios hombres con el equipo de
combate al completo, bolters de asalto
y lanzallamas a mano. La luz del fuego
jugueteaba con las espadas aladas que
adornaban sus hombreras. Su equipo era
sin duda el de los guerreros del Imperio,
pero las feroces caras marcadas con cicatrices
profundas eran las de las Gentes de las
Planicies.
Conocía a estos hombres desde hacía
tanto tiempo que ni siquiera “Dos
Cabezas” podría haber adivinado
su estado de humor mejor que él
mismo. En cada pequeño gesto podía
adivinar una furia contenida que clamaba
venganza y deseaba la muerte. Los guerreros
deseaban unirse a sus antepasados en el
reino de los espíritus. CloudRunner
también sentía la llamada
de los espíritus de sus ancestros,
su clamor para ser vengados. Trató de
ignorar sus voces. Era un soldado del Emperador.
Tenía otras obligaciones a parte
de las de su gente.
“Debemos combatir”, decía
Weasel-Fierce. “Los muertos lo exigen.
Nuestros clanes deben ser vengados. Si
algunos de los nuestros aún sobreviven,
deben ser liberados. Nuestro honor tiene
que ser restaurado.”
“Hay muchas formas de honor.”,
respondió BloodyMoon. “Nosotros
honramos al Emperador. Nuestras armaduras
de Exterminador son las insignias de ese
honor. Son las muestras del honor que el
Capítulo nos muestra. ¿Podemos
arriesgarnos a que todas las señas
de la antigua herencia de nuestro Capítulo
se pierdan en manos de los Genestealers?”
“Durante cuatro siglos, la armadura
que llevamos a mantenido a los Marines
vivos en medio de las batallas. No nos
fallará ahora”, replicó Weasel-Fierce
con pasión. “Sólo
haremos que incrementar su prestigio
destruyendo a nuestros enemigos.”
"Hermano Marías, Hermano Paulo,
se lo ruego, silencio.", dijo CloudRunner,
invocando la manera formal según
los rituales del Capítulo y llamando
a Weasel-Fierce y a BloodyMoon por los
nombres que habían adoptado cuando
se habían convertido en Marines.
Los dos Exterminadores inclinaron sus
cabezas, reconociendo la gravedad del
momento.
"Perdonadnos,
Hermano Capitán, e imponed una
penitencia. Estamos a vuestro servicio.
Semperfideles",
replicaron casi al unísono.
"No es necesaria ninguna penitencia.” CloudRunner
miró alrededor del fuego. Todos
los ojos estaban fijos en él. Sopesó sus
palabras con cuidado antes de seguir
hablando.
“Estamos reunidos aquí esta
noche no como soldados del Emperador, si
no por una antigua tradición, como
guerreros de la Gente de las Planicies.
Ante esto otorgo mis bendiciones, como
Capitán y como Jefe. Somos los
portavoces de nuestros clanes, unidos
en hermandad para que podamos hablar
con una sola voz, pensar como una sola
mente y elegir el camino correcto para
todas nuestras tribus.”
CloudRunner
sabía que sus palabras
sonaban falsas. Los presentes no eran los
portavoces de sus clanes. Ellos eran los
clanes – todo lo que quedaba de ellos.
Aún así el ritual había
sido invocado y debía ser mantenido.
“Dentro de este círculo no
habrá violencia. Hasta el final
de nuestra reunión seremos como
un solo clan.”
Era extraño pronunciar esas palabras
ante guerreros que habían luchado
codo con codo en un millar de batallas
en un millar de mundos bajo un millar de
soles distintos. Pero así era el
antiguo ritual del Concilio, pensado para
asegurar una discusión pacífica
entre los líderes de tribus rivales.
Vio a varios Marines que asentían
en silencio con aprobación.
De pronto,
se encontró extrañamente
bien. Las costumbres de su gente habían
nacido en este mundo, y mientras ellos
estuviesen allí, se mantendrían
fieles a ellas. En ese momento y en se
lugar, estaban unidos por los lazos de
su herencia común. Todos necesitaban
esa reafirmación después
de las duras pruebas del día.
“Debemos hablar sobre el destino
de nuestro mundo y nuestro honor como guerreros.
Es cuestión de vida o muerte. Hablemos
con sinceridad, de acuerdo con la tradición
de nuestro pueblo.”
...
El Anciano
agarró su cadena oficial
y siguió mirando fijamente a “Dos
Cabezas”. Frunció el ceño,
lo que hizo que su bulbosa frente se hinchase
aún más. Abruptamente, miró hacia
otro lado y metió la mano en la
bolsa.
Una ovación subió de
las gargantas de la masa mientras comenzaba
a arrojar puñados de brillantes
monedas de hierro hacia ellos, tras lo
cual se retiró de nuevo a su palanquín
para contemplar el espectáculo.
El Marine vio a la gente arrastrarse por
el suelo, escarbando y golpeándose.
Movió la cabeza con disgusto y entró en
la taberna. Incluso el más bajo
de los habitantes de un Mundo Colmena habría
mostrado un poco más de dignidad
que la turba de ahí fuera.
El lugar
estaba casi vacío. “Dos
Cabezas” miró al suelo hecho
de tierra apisonada y a las mesas pobremente
fabricadas sobre las que había desplomados
algunos borrachos andrajosos. Las paredes
estaban cubiertas por rudos tapices que
mostraban repetidamente un diseño
de cuatro brazos dispuestos para parecer
una estrella. En el exterior, en la lejanía,
oyó el largo y solitario pitido
de un silbato de vapor.
El posadero
se inclinó sobre el
mostrador, con su gran panza aplastada
contra el borde. “Dos Cabezas” caminó hacia él.
Cuando llegó hasta allí se
dio cuenta de que no tenía monedas.
El tabernero le miró fríamente,
frotándose una mejilla sonrosada
con su gorda mano.
“Bien,” demandó con
urgencia. “¿Qué es
lo que quieres?”
“Dos Cabezas” se sorprendió por
la rudeza del hombre. La Gente siempre
había sido educada, sobre todo con
los viajeros y forasteros. Nunca estaba
de más mostrar cortesía sobre
todo cuando la parte que podía ofenderse
llevaba hachas colgando a la cintura. Su
mirada se encontró con la del hombre
y en un instante le había robado
parte de su voluntad. No encontró resistencia
en el débil espíritu de aquel
hombre, pero aún así el
esfuerzo era grande.
El tabernero
se dio la vuelta, mirando al suelo, y sirvió una bebida de
una botella de barro sin que nadie se lo
pidiese. De la puerta de entrada llegó el
sonido de pasos. Con un fuerte golpe se
abrió y una oleada de trabajadores
llenó el local con sus demandas
de bebida.
Tanto
hombres como mujeres tenían
rostros cansados y macilentos. Sus manos
y pies desnudos eran tan patéticos
como sus ropas. “Dos Cabezas” supuso
que acababa de terminar el turno de alguna
fábrica. Cogió su bebida
y se sentó en una esquina, mirando
cómo los trabajadores se desplomaban
en las sillas, escuchando sus maldiciones
contra los guardias y su falta de monedas.
Un grupo comenzó una partida de
dados al otro extremo de la sala.
Tras
un rato, “Dos Cabezas” se
dio cuenta de que había gente que
se iba por una pequeña puerta al
fondo de la taberna. Se levantó y
les siguió. Nadie objetó nada.
La habitación en la que entró estaba
oscura y olía a desperdicios de
animales. En su centro había un
pozo rodeado por trabajadores que gritaban
y animaban. “Dos Cabezas” siguió avanzando,
y la masa se apartó a su paso. Se
detuvo al borde del pozo y contempló el
foco de la atención de todos.
Abajo,
dos grandes comadrejas de las Planicies
estaban luchando, arrancándose grandes
tiras de piel y carne una a otra mientras
la audiencia rugía y aplaudía.
Cada una de ellas era del tamaño
de un hombre adulto y llevaban collares
con pinchos afilados. Una ya había
perdido un ojo, y ambas sangraban en abundancia
de múltiples heridas abiertas.
“Dos Cabezas” estaba asqueado.
De joven había cazado comadrejas,
enfrentando sus habilidades y su hacha
de piedra contra la inteligencia animal.
Habían sido desafíos en los
que el guerrero apostaba su vida contra
la de un adversario feroz. No había
ningún desafío en este cruel
espectáculo. Simplemente era una
forma de saciar la sed de sangre de esta
masa de desdichados obreros.
El Bibliotecario
abandonó la sala
del pozo, dejando a los trabajadores con
su “deporte”. Cuando volvió se
fijó en que un casaca azul había
entrado en el bar y estaba hablando con
el dueño. Y estaban mirando en su
dirección. Abandonó la
taberna apresuradamente hacia la neblinosa
noche, sintiendo que unos ojos inhumanos
le contemplaban.
...
CloudRunner
miró a las caras que
rodeaban el fuego. Estaban esperando que
empezase. Inspiró profundamente
tres veces. Por tradición debía
ser el primero en hablar.
Un Concilio
de Guerreros no era una discusión
en el sentido habitual de la palabra, donde
las palabras eran usadas como armas para
superar al enemigo. Era un pozo de sabiduría,
de experiencia, un lugar para contar y
escuchar historias. Las palabras no debían
tener bordes afilados que levantasen suspicacias.
Escogió las suyas con cuidado.
“Cuando yo tenía doce veranos,” comenzó, “vivía
en la Casa Amarilla con los jóvenes.
Era mi último verano allí,
ya que estaba destinado a casarme con RunningDeer,
que era la doncella más hermosa
de mi clan.
“A menudo los jóvenes hablábamos
de los Guerreros del Cielo. Habían
pasado cien años desde su última
visita, y la estrella roja se veía
en el cielo. Se acercaba la hora de su
regreso.
"HawkTalon, el abuelo de mi abuelo,
había sido elegido y llevado al
reino de los espíritus para servir
al Gran Jefe Más Allá del
Cielo. Mi familia había recibido
un gran honor con ello, aunque había
dejado a su hijo huérfano y con
la obligación de fundar una nueva
casa.
"SilverElk era un muchacho resentido
porque RunningDeer estaba prometida a mí.
Hablaba pretenciosamente sobre cómo él
debería haber sido el elegido. Sus
palabras eran una provocación, destinada
a encender la furia del honor de mi familia.
La familia de SilverElk no tenía
espíritus que se hubiesen aventurado
en el cielo con la Deathwing más
allá de las estrellas.
"Yo era joven, y respondí a
las provocaciones. Le dije que si tan seguro
estaba de ello, no le importaría
escalar la Montaña Fantasma y
visitar al Mayor de los Ancestros.”
CloudRunner
hizo una pausa para dejar que sus palabras
calasen, para que los guerreros se imaginasen
la escena. El recuerdo aparecía fresco y claro en su mente.
Casi podía oler el acre humo de
la madera ardiendo en su choza y ver
las pieles colgando de las paredes y
techo.
"Eso era lo que SilverElk había
querido que dijese. Bufó y dijo
que estaba dispuesto a ello si alguien
le acompañaba como testigo. Me miró directamente
a mí.
"Así quedé atrapado.
No podía negarme sin manchar mi
honor. Tenía que ir o él
me habría ganado.
"Cuando se enteró, RunningDeer
me suplicó que no fuese, temiendo
que los espíritus me llevasen. Ella
era la hija de un Chamán y tenía
el poder la Visión Bruja. Pero yo
era joven, con el orgullo y la inconsciencia
de un niño, y la ignoré.
Viendo que yo estaba decidido, cortó un
mechón de su cabello y lo cubrió con
poderosos hechizos de protección
para que yo volviese sano y salvo a casa.
"Fue un viaje de tres días
a paso de cazador hasta la Montaña
Fantasma. El miedo era nuestro compañero
en todo momento. Lo que había parecido
posible al calor del hogar parecía
ahora una tarea aterradora en el frío
de las noches de otoño cuando la
luna estaba llena y los espíritus
vagaban entre los árboles. Creo
que si cualquiera de los dos hubiese estado
solo habría dado la vuelta, ya
que es algo horrible acercarse al lugar
donde los muertos no descansan cuando
se acerca el invierno.
"Pero ninguno de los dos podía
mostrar miedo, ya que el otro estaba vigilando,
y nuestra rivalidad nos empujaba hacia
delante. Ninguno quería ser el
primero en rendirse.
"Al atardecer del tercer día
encontramos el primero de los tótem
de advertencia, cubierto por las calaveras
de los guerreros del cielo juzgados. Entonces
sentí que echaría a correr
sin parar, pero de nuevo el orgullo me
hizo permanecer en el sitio.
"Comenzamos a escalar. La noche era
silenciosa y fría. Había
cosas que se movían por debajo de
nosotros, y la luna se nos acercaba como
un espíritu cautivador. Árboles
retorcidos se inclinaban sobre el camino
como vigilantes malignos. Escalamos sin
parar hasta que llegamos a la vasta planicie
marcada con el símbolo de la calavera
alada.
"Estábamos henchidos con el
orgullo del éxito, y nuestra rivalidad
se vio momentáneamente apartada.
Estábamos en un lugar que pocos
hombres habían visto. Habíamos
desafiado a los espíritus y vencido.
"No recuerdo lo que pasó por
mi cabeza cuando SilverElk señaló hacia
arriba. De allí llegaba el aullido
de mil espíritus furiosos, y una
gran hoguera iluminó el cielo. Quizás
pensase que los espíritus habían
decidido destruirme por mi presunción.
Quizás estaba tan lleno de terror
que no pude pensar nada. Sé que
me quedé paralizado en el sitio,
mientras que SilverElk se giró y
corrió.
"Si había estado aterrado
antes imaginad cómo me sentiría
cuando vi una enorme forma alada en la
distancia y oí el rugido del pájaro
de trueno que se acercaba. Imaginaos mi
horror cuando vi que era la propia Deathwing,
corcel del Emperador, elector de los muertos,
el Cráneo Cazador Alado.
"Me arrepentí amargamente
de mi inconsciencia. No podía moverme
para ponerme a salvo, y esperé a
que la Deathwing me atacase con sus garras
y liberase mi espíritu.
"Grande fue mi sorpresa cuando el
pájaro de trueno se posó en
tierra ante mí y su furioso rugido
cesó. Aún así, no
podía correr. Su morro se abrió,
escupiendo las impresionantes siluetas
de negra armadura de los Elegidos muertos.
En sus hombros llevaban el distintivo
de la espada alada.
"Supe entonces que ya me encontraba
en el reino de los espíritus sin
ninguna duda, ya que HawkTalon, el abuelo
de mi abuelo, estaba entre ellos. Había
visto su rostro tallado en el tótem
de la entrada de mi casa. Tenía
un aspecto cansado y apagado, pero era
fácilmente reconocible para mí.
"Ver un rostro familiar en aquel
lugar de pesadilla me sirvió para
reafirmarme de alguna forma. Me permitía
superar mis miedos. Lleno de asombro, caminé hasta
que estuve a punto de tocarlo: aquel terrible
y sombrío anciano cuya cara era
tan parecida a la mía.
"Durante un largo tiempo simplemente
nos miramos a los ojos. Entonces el viejo
sonrió y luego comenzó a
reírse abiertamente. Me abrazó apretándome
contra su coraza, gritando que había
sido una vuelta a casa como jamás
había soñado. Estaba tan
contento de verme como yo lo estaba de
verlo a él.”
CloudRunner
se detuvo, comparando el regreso a casa
de su ancestro con el suyo propio. No había habido risas como las que
hubo hacía tantos años ya.
Ahora comprendía la alegría
del anciano cuando vio una cara familiar
al descender de la nave. Se alegraba de
que HawkTalon ya no estuviese allí para
ver semejante destrucción.
"Por supuesto yo estaba completamente
aturdido, de pie entre aquellos guerreros
de leyenda, hablando con mi antepasado.
Sabía que habían vuelto para
elegir a sus sucesores al servicio del
Emperador, y olvidándome de todo
lo demás, supliqué que
se me permitiese unirme a ellos.
"El anciano me miró y me preguntó si
tenía alguna razón para quedarme
o alguna para arrepentirme de marchar.
Pensé en RunningDeer, y dudé,
pero yo era un joven hambriento de aventuras.
Visiones de gloria y de las maravillas
que vería más allá del
cielo me llenaron. ¿Qué conocía
yo verdaderamente de la vida? Se me pedía
que hiciese una elección con la
que tendría que vivir durante siglos,
pero yo aún no lo sabía.
"Mi antepasado sí. Vio mis
dudas, y me dijo que en ese caso mejor
haría quedándome. No quería
escuchar aquellas palabras, así que
insistí en que me probasen.
"Me ataron a una mesa metálica
y abrieron mi carne con fríos cuchillos.
Había superado el ritual de la Garra
de Comadreja para demostrar mi adultez,
pero aquel dolor no se parecía en
nada al que sentía. Cuando hubieron
abierto mi carne me metieron dentro del
cuerpo cosas que dijeron me ayudarían
a reforzar mi poder espiritual.
"Durante semanas me retorcí en
una agonía febril mientras mi cuerpo
cambiaba. Las paredes bailaban, y mi espíritu
caminaba por los límites del frío
eterno. Mientras vagaba sólo y perdido,
uno de los Hermanos permaneció a
mi lado recitando las letanías
Imperiales.
"En una visión, el Emperador
vino a mí, montado en Deathwing,
el más poderoso de los pájaros
de trueno. Era diferente de la que había
llevado a los Guerreros del Cielo hasta
mi casa. Era una bestia de espíritus,
en lugar de un pájaro de metal.
"El Emperador me habló, explicándome
la gran lucha que se llevaba a cabo en
mil veces mil mundos. Me mostró las
razas que vivían allí a parte
del hombre, y el corazón secreto
del Universo, que es el Caos. Me mostró los
poderes que acechan en la disformidad y
me expuso a sus tentaciones. Me contempló mientras
resistía, y supe que si en algún
momento flaqueaba me destruiría
al instante.
"En algún momento me desperté,
y supe que mi espíritu ya pertenecía
al Emperador. Había elegido abandonar
a mi gente, mi mundo y mi esposa, para
entrar a su servicio. Supe que había
hecho lo correcto."
Movió lentamente su cabeza, y tocó el
collar del que colgaba un mechón
de pelo trenzado. Durante muchos años
se había preguntado si realmente
había sido la elección correcta,
si hubiese sido más feliz junto
a RunningDeer. La brillante y prometedora
visión que había tenido en
su juventud se había ido difuminando
y perdiendo tras incontables años
de guerra. “Ni siquiera pude decirle
adiós”, pensó, y aquél
era el pensamiento más triste
de todos.
Pensó que había convencido
a muchos de los Marines, pero entonces
Lame Bear dio un paso al frente y habló;
el Concilio no había hecho más
que empezar.
"Hablaré de los Genestealers, " dijo
el hombretón en voz baja. “Hablaré de
los Genestealers, de su terror y su crueldad...”
...
“Dos Cabezas” vagó por
las oscuras callejas. Estaban desiertas
ahora que los trabajadores habían
vuelto a sus barracones. Una ligera brisa
se había levantado, esparciendo
ráfagas de ceniza y basura por las
calles, aunque también aclaraba
algo la niebla. Un amargo sabor a desperdicios
llenó su boca.
Pasó frente a las fábricas
donde se apiñaban gigantescos motores
de vapor, aún funcionando. Su sonido
llenaba el aire. Sus pistones subían
y bajaban como gigantescas cabezas de
dinosaurios enloquecidos. Supo que nunca
descansaban.
Descendió por una calle de ricas
mansiones, llevado por la curiosidad. Sentía
que se le habían mostrado las piezas
de un enorme rompecabezas, y si pudiese
encontrar la última pieza, todo
encajaría.
Cada
mansión por la que pasaba
tenía fuertes puertas de hierro
que mostraban los símbolos del Búho,
del Puma y de la Rata. Eran los animales
sagrados de los Clanes de las Colinas. “Dos
Cabezas” se preguntó si los
jefes de estas gentes estarían dentro.
Bien podía creer que hubiesen hecho
algún tipo de pacto con quien hubiese
hecho esto. La gente de las colinas tenía
oscuras reputaciones.
Sintió que la furia crecía
en su interior, destapando su antigua vida
salvaje. Su vida acababa de quedar sin
sentido. Su pueblo había sido traicionado.
Su mundo había sido robado. Incluso
los Ángeles Oscuros habían
sido destruidos. Diez mil años de
tradición terminaban aquí.
Ya no había salvajes hombres de
las Planicies para que los Guerreros
del Cielo los reclutasen.
El Capítulo podría seguir
adelante, pero su herencia había
sido destruida – nunca volvería
ser lo mismo. “Dos Cabezas” formaba
parte de la última generación
de Marines reclutados de entre la Gente
de las Planicies. No habría más.
Mientras
se movía entre las mansiones,
hacia el contaminado río, sus sentidos
espirituales le avisaron de que estaba
siendo seguido. Una parte de su ser no
se preocupó, e incluso agradecería
un buen enfrentamiento con quien quiera
que lo siguiese. De algún lugar
más adelante surgió un gruñido
de dolor.
...
“No sabemos de dónde vienen,” dijo
Lame Bear. “Ni siquiera los Curators
del Administratum lo saben. Aparecen
sin aviso, transportados en sus poderosas
astronaves que avanzan en las oleadas
del espacio disforme.”
Un estremecimiento
sacudió incluso
a los más duros de los Exterminadores.
CloudRunner vio la mirada de aquellos que
habían combatido contra los Genestealers
apagarse. Sus oscuros rostros eran prueba
suficiente de las memorias de dichos
encuentros.
Inconscientemente,
se pusieron alerta y miraron a su alrededor
nerviosamente. Por primera vez el Capitán se dio
cuenta de que efectivamente se estaban
enfrentando una vez más a los Genestealers.
Se enfrentaban a una amenaza que podía
ser la última.
“Son
enemigos temibles: feroces, incansables,
que no conocen ni la piedad ni el dolor.
No usan armas, ya que no las necesitan.
Sus garras son capaces de rasgar el adamantium
como si fuese papel.
“No usan armadura, ya que sus caparazones
son tan duros que pueden sobrevivir incluso,
durante algún tiempo, en el vacío
del espacio. Tienen el aspecto de una bestia,
aunque muestran organización e inteligencia.
Son el enemigo más terrible al que
se han enfrentado los Marines desde la
Herejía de Horus.
“¿Cómo sé esto?
Me he enfrentado a ellos, como tantos
otros de vosotros.”
CloudRunner
tembló, recordando
los tiempos en los que había luchado
contra los Stealers. Recordaba los rostros
quitinosos, las mandíbulas chasqueantes
y las cuatro garras como cuchillas. Trató de
no pensar en su aspecto de insecto ciego.
“No es su pericia en la batalla
lo que convierte a los Stealers en un enemigo
tan peligroso. Es algo más. Os diré lo
que es.
"Hace ciento veinte años,
antes incluso de que yo vistiese la armadura
de Exterminador, fui enviado con la flota
a investigar el misterioso silencio que
había caído sobre el Mundo
Colmena de Arranz.
“El gobernador imperial no había
pagado tributos durante veinte años,
y el AdeptusTerra pensó que quizás
necesitase un gentil recordatorio de
su juramento al Imperio.
“La flota llegó con secciones
de los Ángeles Oscuros, los Lobos
Espaciales, los Ultramarines y un regimiento
de Guardia Imperial de Necromunda. Mientras
la flota se colocaba en posición
de aterrizaje, todos nos preparamos para
encontrar resistencia, una rebelión.
Pero las defensas orbitales no nos dispararon,
y el Gobernador nos habló abiertamente
por el comunicador.
“Dijo que el planeta había
sido aislado por tormentas de disformidad
y ataques Orkos. Pidió disculpas
por el impago de sus tributos y ofreció una
compensación inmediata. Sugirió que
el Inquisidor Van Dor, que estaba al cargo
de la expedición de castigo, descendiese
para aceptar sus disculpas y renovar
sus juramentos.
“Por supuesto no nos fiábamos,
pero Van Dor sugirió que cualquier
posibilidad de volver a recuperar un planeta
para el Imperio sin el gasto de una intervención
militar debía ser al menos investigado.
Pidió que los Ángeles Oscuros
descendiesen con él al planeta como
su guardia de honor. Preparamos nuestros
localizadores y nos tele portamos hasta
el salón de recepciones del Gobernador.
“Thranx era un mundo cubierto de
acero. Sus nativos nunca veían el
cielo. El salón del Gobernador,
sin embargo, era tan vasto que las nubes
se formaban bajo su techo y la lluvia caía
sobre los árboles que rodeaban el
Pabellón del Gobernante.
“Era una visión que helaba
la sangre. Largas filas de guardias flanqueaban
la curva carretera metálica que
conducía a sus estancias privadas.
El propio pabellón flotaba con unos
suspensores hidráulicos sobre un
lago artificial. El Gobernador se sentaba
en un trono tallado a partir de una gigantesca
perla artificial, flanqueado por dos hermosas
doncellas ciegas que eran sus telépatas
y consejeras. Nos dio la bienvenida y nos
mostró el tributo.
“Estaba siendo sacado de las cámaras
blindadas por esclavos especialmente criados,
eunucos de piel grisácea con músculos
como los de un ogrete. Incluso así casi
no podían transportar los cofres.
Desfilaban ante nosotros en una procesión
aparentemente sin fin, llevando diamantes
industriales, bolters chapados en oro,
trajes de ceramita blindada con jade
engarzado.
“Durante todo aquel tiempo el Gobernador,
Huac, mantuvo una amigable e interminable
charla. Nosotros simplemente mirábamos,
confusos y complacidos por su suave voz
y maneras afables. A medida que el día
avanzaba comenzamos a convencernos de que
no haría falta luchar, que simplemente
cogeríamos el tributo y nos iríamos
a casa.
“Nuestras mentes estaban agradablemente
embotadas, y estábamos dispuestos
a acceder a cualquier cosa que nuestro
amable anfitrión nos propusiese
cuando los grandes tanques criogénicos
fueron expuestos. Huac dijo que dentro
estaban los tesoros más preciados
de todos. Es una muestra de cómo
estábamos subyugados que casi
los aceptamos, sin pensar.
“Fue “Dos Cabezas” quien
dijo no. Allí estaba, quieto como
un hombre confundido, durante un instante.
Luego comenzó un cántico.
Era como si de nuestros ojos cayesen cientos
de telarañas y vimos la trampa que
había sido tejida tan hábilmente
para atraparnos.
“El hechizo del Magus, pues eso
era Huac, despareció. Vimos con
horror que casi nos habíamos llevado
dos especimenes de Genestealer a la nave
nodriza de la flota. Toda aquella tarde,
nuestras mentes habían sido obnubiladas
por la lenta marcha de las palabras de
Huca, que habían ido tejiendo místicas
redes invisibles que nublaron nuestro
entendimiento.
“Aún así, seguíamos
tan confusos que estuvimos a punto de protestar
cuando “Dos Cabezas” barrió a
Huac y sus dos telépatas con el
fuego de su bolter. Sólo el DreadnoughtHawkTalon
se unió a los disparos. Reaccionamos
con lentitud cuando nos ordenó defendernos.
La guardia de Huac ya estaba sobre nosotros.
“Pero éramos Marines. Apenas
habían comenzado a disparar con
sus rifles láser cuando contestamos
con los bolters, barriéndolos. Van
Dor intentó contactar con la flota,
pero nuestros comunicadores estaban siendo
interferidos. No había nada que
hacer, salvo abrirnos camino luchando
hasta la superficie y esperar que una
nave de desembarco pudiese llegar hasta
nosotros.
“Parecía que todo el planeta
se hubiese vuelto contra nosotros, y eso
era más o menos lo que había
ocurrido. Doscientos de nosotros salimos
luchando de la cámara de audiencias.
Se nos enfrentaron hombres armados, y mujeres
desarmadas con sus hijos. Todos se arrojaron
contra nosotros con ferocidad inhumana.
Mientras los segábamos no mostraban
ningún miedo – sólo
una extraña y terrible alegría.
Todo el mundo había quedado infectado.
“Nuestro viaje hasta la superficie
fue una pesadilla. Combatimos a través
de oscuros corredores, subimos por escaleras
de estrechos conductos y estrechos pasillos
nunca diseñados para los Marines.
Van Dor. Vi cómo SteelFist caía
decapitado por una rampa de acceso, y Van
Dor arrojó tras él un puñado
de granadas. Nos salpicaron los restos
de un Genestealer adulto.
“Mi hermano Red Sky fue asaltado
por un grupo de niños que llevaban
explosivos en sus manos. Ninguno de ellos
sobrevivió a la explosión.
“Dos veces en los interminables
corredores estuvimos a punto de ser superados.
Se llegó al combate cuerpo a cuerpo
con Genestalers puros. Veinte de los nuestros
cayeron antes de que el hacha de energía
de “Dos Cabezas” y la espada
de energía de CloudRunner pudiesen
abrirnos camino.
“Fue mientras guardaba el paso de
la última escotilla cuando perdí el
uso de mi pierna. Un Stealer apareció a
través del suelo y me agarró,
intentando llevarme con él. Le disparé frenéticamente.
Lo último que recuerdo fue su
horrible rostro hambriento que se me
acercaba, flanqueado por un grupo de
habitantes de Thranx.
“Los demás me dijeron lo
que había ocurrido cuando me desperté en
la sala médica de la nave nodriza
con una pierna biónica. “Dos
Cabezas” y CloudRunner me habían
arrastrado hasta el techo del mundo,
donde esperaba una nave de desembarco.
“Sólo había una cosa
que hacer: ordenar un Exterminatus. El
planeta entero fue esterilizado desde la órbita
con bombas víricas. Más tarde,
las investigaciones inquisitoriales demostraron
que todo había empezado apenas hacía
sesenta años, cuando una nave sin
identificar entró en la órbita
del sector.
“En apenas tres generaciones los
Stealers habían infectado todo un
mundo. Porque así es como se reproducen,
convirtiendo a la gente en anfitriones
de sus crías. Las víctimas
aguantan esto voluntariamente, debido al
poder hipnótico de los Magus.
“Muchas noches he permanecido despierto
pensando si hubiésemos podido salvar
el mundo su hubiésemos llegado antes.
Quizás hubiésemos podido
eliminar el cáncer antes de que
se extendiese, y no tendríamos
que haber ordenado un Exterminatus.
CloudRunner
pudo ver que los guerreros habían sido convencidos por la historia
de Lame Bear, y estaban furiosos. Podía
ver cómo estaban intentando asimilar
que su pueblo se hubiese convertido en
un rebaño destinado a la reproducción,
y que posiblemente con una acción
rápida podrían salvarlos.
“Vamos”, dijo Weasel-Fierce,
poniéndose en pie. “Entremos
en esa ciudad y metemos a todos los engendros
de los Stealers."
Muchos otros guerreros le imitaron.
“Esperad”, dijo BloodyMoon. “El
Concilio no ha terminado y ahora hablaré yo…”
La furia
y la impaciencia llevaron a “Dos
Cabezas” hacia la fuente del sonido.
Junto a la orilla del río, a la
sombra de una monstruosa factoría,
vio que un grupo de casacas azules que
tenían acorralado a un viejo y le
estaban dando una paliza sin prisas con
sus porras. Uno de ellos sostenía
una linterna, y de vez en cuando daba
alguna orden.
“Hablando sobre tonterías
sediciosas, ¿verdad?”, dijo
uno de los agresores. Su golpe terminó con
el crujido de unas costillas. El viejo
jadeó sin aire y cayó sobre
sus rodillas. Los demás casacas
azules rieron con estruendo.
“Predicando herejías contra
el culto Imperial y los Guerreros del Cielo, ¿Eh? ¿Qué es
lo que os empuja a hacerlo, viejos idiotas?
Por el Emperador, creía que ya os
habíamos cazado a todos.”
Su víctima miró hacia arriba,
hacia ellos. “Estáis equivocados.
Los Guerreros del Cielo no habrían
construido esta ciudad ni nos habrían
encerrado aquí como ganado listo
para el sacrificio. Ni tampoco habríandestruido
los túmulos funerarios de nuestra
gente. Vuestros amos son seres malvados
invocados por los Clanes de las Colinas,
no verdaderos Guerreros del Cielo. La Deathwing
regresará y los destruirá.”
“¡Silencio, blasfemo!”,
rugió el líder de los casacas
azules. “Deseas demostrar tu valor, ¿verdad?
Quizás deberíamos volver
a las viejas tradiciones, y practicar
el ritual de la Garra de la Comadreja
contigo.”
El viejo
profirió una carcajada
bañada en sangre. “Haced lo
que os parezca. Soy MorningStar, de la
casa de RunningDeer y SilverElk. Tengo
la Visión Bruja. Os digo que los
espíritus caminan, que antiguos
poderes vagan por estas tierras. La estrella
roja se ve en el cielo. Se acerca una
era de conflictos.”
“¿Es por eso por lo que has
elegido esta noche para comenzar tus pláticas?
Yo creía que los únicos espíritus
que te hablaban salían de una botella.”,
dijo otro de los guardias, pateando a MorningStar
en el estómago. El viejo volvió a
gemir de dolor. “Dos Cabezas” avanzó a
través de la niebla y la noche
hasta que estuvo al alcance de la linterna.
El líder de los casacas azules
le habló. “Aléjate,
amigo. Esto es asunto del Clan Guerrero.
Si no quieres unirte a este borracho en
el río, lárgate.”
“Deshonráis la memoria del
Clan Guerrero,” dijo “Dos Cabezas” en
voz baja. “Marchaos ahora, y viviréis.
Quedaos un latido de corazón más
y os daré muerte.”
El viejo
que estaba en el suelo lo miró con
sorpresa. “Dos Cabezas” pudo
ver el tatuaje de una calavera alada en
la frente del viejo Chamán. Algunos
guardias rieron. Otros, los más
sabios, detectaron la amenaza real en
el tono del Marine y se alejaron unos
pasos.
El líder ordenó a los demás
que atacasen. “¡Cogedle!”
“Dos Cabezas” paró el
golpe de una porra con su brazo. Hubo un
sonido metálico y la porra se rompió.
Rompió la nariz del casaca azul
con la empuñadura de su hacha de
energía, y pateó a su oponente
lanzándolo con fuerza inhumana contra
el estómago de otro. Cuando el hombre
se dobló, el Bibliotecario golpeó su
cuello, rompiéndolo.
Los casacas
azules se arremolinaron a su alrededor.
Sus porras eran tan inefectivas como las
ramitas contra un oso. Algunos intentaron
agarrar sus brazos para inmovilizarlo.
Se libró de ellos con facilidad,
repartiendo golpes con su hacha y
los codos. Donde atacaba, los hombres morían.
Mientras
la furia de la batalla lo llenaba, sintió que los espíritus
que dominaba se iban. Sabía que
ahora permanecía en su verdadera
forma ante aquellos hombres. El último
de los casacas azules se giró para
huir. “Dos Cabezas” alargó el
brazo y agarró su cuello. Hubo un
sonido de vértebras rotas.
El viejo
lo miró con intensidad
religiosa. “Los espíritus
dijeron la verdad”, susurró,
como si aún no se creyese lo que
veía. Se adelantó unos pasos
y tocó su armadura, para asegurarse
de que era real.
“Al fin habéis venido para
liberar a la Gente de sus ataduras al falso
Emperador y llevarlos de vuelta a las Planicies. ¿Cuál
es tu nombre, Guerrero del Cielo?”
“En mi juventud era “Dos Cabezas”,
aprendiz de SpiritHawk. Cuando entré al
servicio del verdadero Emperador adopté el
nombre de Lucian.". Pudo ver las lágrimas
corriendo por las mejillas del viejo
hombre.
“Dime, anciano, ¿qué le
ha ocurrido a nuestra gente? ¿Cómo
han podido caer tan bajo?” “Todo
comenzó cuando yo joven”,
dijo MorningStar, limpiándose la
cara. “Una noche de verano el cielo
ardió, y hubo un rugido tremendo.
Una estela de fuego cruzó el cielo
de lado a lado y se oyó una gigantesca
explosión. Donde estamos ahora se
hallaba un vasto cráter, y en el
centro, donde está ahora el Templo
del Emperador de Cuatro Brazos, había
una enorme masa de metal.”
“Algunos pensaron que los Guerreros
del Cielo habían regresado, que
el rugido era la voz del pájaro
de trueno. Los Chamanes sabíamos
que eso no podía ser, ya que la
Deathwing regresa sólo cada cien
años, en otoño, y apenas
habían pasado cincuenta años
desde que se había visto la estrella
roja.
“Aún así estábamos
impacientes ante la idea de poder cabalgar
en Deathwing. La mayoría de nosotros
nos lamentábamos de que cuando la
estrella roja volviese a estar en el cielo
ya seríamos viejos.
“Los que se encontraron con nuestros
jefes no eran los orgullosos guerreros
con armadura de la leyenda. Eran hombres
débiles de carnes azuladas que proclamaban
que venían de parte del Emperador
para ayudarnos a construir un paraíso
en la Tierra. Hablaban sobre las virtudes
de la tolerancia y el amor fraternal para
terminar con las guerras. Muchos jefes
ignoraron sus palabras, lo cual fue un
error porque cuando sus subterfugios fallaban
pasaban a las armas. Se aliaron con los
Clanes de las Colinas, y les dieron espadas
de metal ante las cuales nuestras armas
no podían nada.
“Al fin, los clanes fueron forzados
a comerciar para conseguir las armas necesarias
para oponerse a nuestros enemigos. Se contaban
historias de satánicos espíritus
de cuatro brazos con garras como cuchillas
que destrozaban a nuestros mejores guerreros.
Pronto los falsos gobernaron en las Planicies,
cogiendo esclavos y destruyendo a todos
los que se oponían.
“Entonces comenzó la construcción
de esta gran ciudad, usando mano de obra
esclava y pagando a los voluntarios con
monedas.
De pronto
los ojos del hombre se abrieron con horror.
Estaba mirando por encima del hombro de “Dos Cabezas” hacia
la noche. El Bibliotecario se volvió,
y de entre la bruma surgieron varias
formas.
Una de
ellas era el hombre gordo que iba en el
palanquín. Flanqueándolo
iban dos inmensas figuras de cuatro brazos.
Sus caparazones brillaban como si estuviesen
aceitados. Alzaron sus amenazadoras garras,
que brillaron a la luz de la luna.
“Nosotros te habríamos contado
todo eso si lo hubieses preguntado”,
dijo el gordo, mirando a “Dos Cabezas” con
sus oscuros y magnéticos ojos.
El Bibliotecario
flexionó las piernas,
y su hacha de energía susurró una
canción de muerte entre sus dedos.
...
“Era la época del Comandante
Aradiel, hace más de cien veranos.”,
dijo BloodyMoon. “Estábamos
a bordo de la nave de combate ÁngelusMorte
en los bordes del sector en misión
de patrulla cuando todas las alarmas se
dispararon. Las sondas indicaban que una
nave de carga acababa de salir de la disformidad
cerca de nosotros. Un escaneo a fondo no
reveló nada. Se nos ordenó investigar.
“Nos apiñamos en los torpedos
de abordaje y se nos disparó hacia
la nave. Estaba oscura y sin ningún
tipo de fuente de energía cuando
desembarcamos, así que con las luces
de nuestras armaduras nos movimos para
asegurar el perímetro. No encontramos
resistencia, pero por los procedimientos
básicos habituales, íbamos
con total cuidado.
“Identificamos a la nave como la “Prisión
de las Almas Perdidas”, un nombre
muy adecuado como después se demostró.
Nos movimos nerviosamente por los corredores,
ya que la esencia de la disformidad aún
permanecía en la nave. Aquello
nos inquietaba.
“Al principio no había signos
de peligro. Entonces encontramos los cuerpos
de algunos Lobos Espaciales. Habían
sido eliminados con fuego de bolter. No
sabíamos cuánto tiempo llevaban
allí. Quizás desde que la
nave había entrado por última
vez en el espacio normal. Podía
hacer diez años o diez mil, no lo
sabíamos. Los flujos del espacio
disforme son impredecibles, y el tiempo
pasa de forma extraña allí dentro.
"El Hermano Sargento Conrad nos ordenó estar
muy atentos. Entonces ocurrió algo
horrible. El cuerpo de uno de los Lobos
Espaciales se levantó, con sus ojos
de un color escarlata intenso. “Estáis
condenados”, nos dijo. “Todos
vosotros moriréis como yo”.
Nos deshicimos de él con nuestros
disparos de bolter, pero sus terribles
susurros aún resonaban en nuestras
cabezas.
“Comenzamos a retirarnos. A nuestro
alrededor los sensores se llenaban de ‘blips’.
Corrían paralelos a nosotros,
intentando cortar nuestro paso hacia
los torpedos.
“En las intersecciones de los corredores,
vimos figuras con armadura. Intercambiamos
algunos disparos con ellos. Le di a uno
y le oí gritar a través del
comunicador. Estaban usando la misma frecuencia
que nosotros. Cuando nos dimos cuenta,
se nos heló la sangre. Nos preguntamos: ¿Es
posible que sean Marines?
“No tuvimos que esperar mucho para
saberlo. Se acercaron corriendo por el
pasillo en una salvaje oleada. Llevaban
la armadura de los Marines, pero estaban
mutados de forma horrible. Algunos llevaban
anticuados bolters cogidos con pálidos
tentáculos. Otros tenían
rostros verdes y planos, con ojos bulbosos,
como una rana. Los había que tenían
garras y brazos extras. Algunos se arrastraban
por el suelo dejando tras de sí un
rastro de babas.
“La marca del Caos era evidente
en ellos. Invocaron a Horus y a otros poderes
que es mejor no mencionar. Y supimos lo
que eran. Renegados, supervivientes de
la Época de la Herejía, que
habían pactado con el Caos a cambio
de la vida eterna. La lucha se volvió intensa
en el cuerpo a cuerpo. Ellos tenían
la ventaja del número, pero nosotros
teníamos las armaduras de Exterminador
y la fuerza de la decencia.
“Durante un instante, pareció que
podían superarnos, pero entonces
nuestros martillos de trueno y garras relámpago
comenzaron a abrir huecos, abriendo brechas
en sus líneas inexorablemente. Lucharon
como demonios, y tenían la fuerza
de los condenados, pero finalmente vencimos.
“Me quedé contemplando el
cadáver de mi último enemigo,
y un pensé que aquel hombre había
sido una vez un Marine como yo lo era.
Había superado el mismo entrenamiento
y educación que yo. También
había jurado servir al Emperador.
Y aún así había traicionado
a la humanidad. ¿Cómo podía
ser?
“¿Cómo podía
un verdadero Marine romper su palabra?
Parecía imposible que repentinamente
diese la espalda a toda una vida para pactar
con la Oscuridad. ¿Qué tenía
el Caos que ofrecerle?
“¿Riqueza? No tenemos necesidad
de todas las cosas que otros hombres atesoran;
ya poseemos lo mejor que cualquiera pudiese
desear. ¿Gratificaciones sensuales?
Se nos ha enseñado bien respecto
a su naturaleza transitoria. ¿Poder?
Conocemos el verdadero poder, que es la
voluntad del Emperador. ¿Quién
entre nosotros podría igualar
su sacrificio?
“No – mientras contemplaba
su cuerpo llegué a entenderlo. No
se había desviado de su camino de
golpe, si no en pequeños pasos.
“Primero había depositado
su confianza en el Señor de la Guerra.
Un paso sencillo, ya que Horus era el mejor
campeón del Emperador.
“Entonces siguió sin dudar
a su Señor. ¿Quién
no lo haría? Un soldado sigue
a su comandante.
“Y entonces comenzó a pensar
que Horus era una divinidad. Un error sencillo
de cometer. ¿No era el Gran Hereje
uno de los Primarcas de la Primera Fundación,
imbuido de poderes tales sólo
superados por los del Emperador?
“Así se alejó del
camino de la verdad, hasta que al fin perdió tanto
su vida como su alma. Era un camino que
se abría ante todos, una pequeña
falta conduciendo a otra hasta que el gran
error llega de repente. Esto es lo que
llegué a comprender mientras estudiaba
el cuerpo del renegado en el Prisión
de las Almas Perdidas. Allí y entonces
resolví someterme a la voluntad
del Emperador en cuerpo y alma sin importar
las circunstancias. Sabía que todas
nuestras reglas y códigos tenían
un fin, y no es nuestra tarea cuestionarlos,
ya que nos mantienen alejados del camino
equivocado.
Alrededor
del fuego, hubo silencio. CloudRunner pudo
ver que las palabras de BloodyMoon había tocado una fibra sensible
en los Marines. Se encontró a sí mismo
examinando su conciencia en busca de signos
de herejía. Las implicaciones de
la historia de BloodyMoon estaban bastante
claras: si ignoraban sus deberes para con
el Emperador estaban dando el primer paso
por el camino de la perdición. También
les había recordado que eran Marines,
los elegidos del Emperador. Si ellos no
mantenían la fe, ¿Quién
lo haría?
Durante
largo tiempo todo estuvo en silencio. Entonces
Weasel-Fierce mostró sus
deseos de hablar.
“Hablaré de la muerte,” dijo, “de
la muerte de hombres y mundos...”
...
“Dos Cabezas” sintió el
impacto de la voluntad del obeso Magus
como si hubiese sido un golpe físico.
Los grandes ojos oscuros comenzaron a crecer
como si fuesen pozos sin fondo en los que
el Bibliotecario cayó. A sus pies,
MorningStar sollozaba.
Con un
espasmo el Marine rompió el
contacto psíquico, agradeciendo
que su armadura estuviese equipada con
un escudo psíquico. El Magus era
fuerte, y “Dos Cabezas” sentía
síntomas de fatiga.
Los Stealers
saltaron hacia él.
El Bibliotecario alzó su bolter
de asalto y envió una andanada de
proyectiles, rasgando la noche con la luz
de las trazadoras. El Genestealer que iba
en cabeza fue destrozado por la lluvia
de plomo. El otro la esquivó con
velocidad inhumana.
MorningStar
saltó con un grito
entre el Genestealer y su objetivo. Una
garra centelleó y el cuerpo del
viejo cayó al suelo partido en dos. “Dos
Cabezas” atacó con su hacha,
lo más fuerte que pudo, y su arma
ardió fríamente mientras
decapitaba a su oponente y el Bibliotecario
se apartaba para evitar los espasmos
de muerte de la criatura.
“El Magus rió. “No
puedes escapar. ¿Por qué luchar?”
El hombre
gordo se concentró, y
un halo de poder se arremolinó en
su cabeza. El Bibliotecario envió una
andanada contra él, pero algún
tipo de fuerza interceptó las balas,
haciéndolas explotar sin peligro
a corta distancia del objetivo.
“Dos Cabezas” avanzó blandiendo
su hacha de energía. Sintió su
propio poder creciendo en su interior mientras
el hacha buscaba su objetivo. Algo lo detuvo
a medio metro de a cabeza del Magus. Los
músculos se hincharon dentro de
su armadura mientras hacía fuerza.
Los servo-motores protestaron por el trabajo
mientras unían su fuerza a la
del hombre.
Lenta
e inexorablemente el arma del Marine fue
avanzando hacia su enemigo. El sudor caía por las mejillas del hombre
gordo mientras seguía su concentración.
Un viso de miedo cruzó su rostro.
No podía salvarse, y lo sabía.
Dio un
pequeño grito más
propio de una mujer cuando su concentración
se rompió. El hacha de energía
cayó sin oposición y partió al
hombre de la cabeza a la entrepierna. “Dos
Cabezas” sintió el grito psíquico
de la muerte del hombre a través
de la noche. Sintió cómo
cientos de mentes respondían. En
la distancia, a pesar de la gruesa niebla,
oyó el sonido de pisadas ligeras
que se acercaban. Sabiendo que su única
posibilidad de supervivencia estaba en
ser rápido, “Dos Cabezas” comenzó a
correr.
“Nuestro mundo está muerto”,
dijo Weasel-Fierce. Algunos Marines murmuraron
acerca del hecho de que estaba habándoles
a ellos directamente, en lugar de atenerse
al ritual. Los silenció con un rápido
gesto con su mano derecha. Cuando volvió ha
hablar, su voz era salvaje y atemorizante.
“Este ritual es una falacia. Pertenece
a una era que se ha terminado. ¿Por
qué aparentar otra cosa? Podéis
intentar engañaros a vosotros mismos
manteniendo las antiguas formas, pero yo
no lo haré.
“Podéis hablar con bonitas
parábolas sobre nuestros juramentos
al Emperador, el horror de los Stealers
o la naturaleza de la condenación.
Yo prefiero decir la verdad.
“Nuestro pueblo está muerto
o esclavizado, y nosotros nos sentamos
aquí como viejas, preguntándonos
qué hacer. ¿Acaso hemos sido
hechizados? ¿Cuándo antes
nos habíamos mostrado tan inoperantes?
Un verdadero guerrero no tiene que tomar
ninguna decisión en estos casos.
Debemos vengar a nuestro pueblo, nuestras
armas deben probar la sangre de nuestros
enemigos. Sería de cobardes no
hacerlo.”
“Pero si fallamos…” comenzó BloodyMoon.
“Si fallamos, que así sea. ¿Qué razones
tenemos para vivir? ¿Cuántos
veranos nos quedan antes de morir de viejos
o metidos en el frío ataúd
de un Dreadnought?”
Quedó en silencio y miró alrededor
del fuego. CloudRunner vio con sorpresa
que bajaba su mirada y toda su furia
se iba.
“Soy viejo”, dijo en voz baja. “Y
estoy cansado. He visto más de doscientos
veranos. En unos pocos más estaré muerto,
de todas formas. Había esperado
poder ver a mi gente antes de que eso ocurriese,
pero eso ya no es posible. Esa es mi única
lamentación.
CloudRunner
pudo ver su dolor, sentir el eco de sus
palabras en su propia mente. Todos los
que estaban alrededor del fuego habían servido al Emperador durante
siglos, su esperanza de vida aumentada
por el proceso de convertirles en Marines,
en súper-hombres.
“Si hubiese permanecido entre mi
gente,” continuó Weasel-Fierce, “ya
hubiese muerto hace tiempo. Elegí otro
camino y he vivido mucho – más
de lo que ningún mortal debería
vivir.
“Es hora de terminar. ¿Dónde
mejor que aquí, en nuestro mundo
natal, entre los huesos de nuestros antepasados?
La época de la Gente de las Planicies
ha terminado. Podemos vengarlos, y unirnos
a ellos. Si caemos en combate, al menos
habremos tenido la muerte de los guerreros.
Deseo morir como he vivido: las armas en
la mano y un montón de enemigos
ante mí.
“Creo que esto es lo que todos queremos.
Hagámoslo.”
Todo
quedó en silencio, excepto
el crepitar de la hoguera. CloudRunner
miró a las caras de sus compañeros
y vio la muerte escrita en todas y cada
una de ellas. Weasel- Fierce había
dado voz a lo que todos habían sentido
desde que vieron las chozas destrozadas.
Se habían convertido en espectros,
caminando entre los restos de los días
pasados.
Allí ya no había nada para
ellos, excepto los recuerdos. Si se iban
ahora, todo lo que quedaba ante ellos era
la vejez y la muerte. De esta forma al
menos su fin tendría algún
sentido.
“Yo digo que entremos allí.
Si la contaminación aún no
se ha extendido demasiado, podremos liberar
a los supervivientes.”, dijo Lame
Bear. CloudRunner miró a BloodyMoon.
“Debemos avisar a la Deathwing de
que bombardee víricamente el planeta
si nosotros fallamos,” dijo. El resto
de los guerreros levantaron sus puños
derechos en señal de asentimiento.
Todos le miraron, esperando lo que tuviese
que decir. Una vez más sintió la
presión de la responsabilidad caer
sobre él. Pensó en las chozas
destruidas y en su propia pérdida,
comparándolo con su deber para con
el Imperio. Nada podía devolverle
a la Gente de las Planicies, pero al menos
podía salvar a sus descendientes.
Pero
eso no era todo, pensó. Quería
la satisfacción de enfrentarse con
sus enemigos, cara a cara. Estaba furioso.
Quería hacer que los Stealers sufriesen
por lo que habían hecho, y quería
estar allí para verlo. Era así de
simple. Tal decisión no era la correcta
para un oficial Imperial, pero era la forma
de ser de su clan. Al final, para su sorpresa,
descubrió a quién era realmente
leal.
“Yo digo que luchemos”, dijo
al fin. “Pero lucharemos como Guerreros
de las Planicies. Esta no es una batalla
por el Emperador. Es por nuestros clanes
destruidos. Nuestra última batalla
debe ser luchada de acuerdo con nuestras
antiguas formas. Realicemos el ritual
de la Deathwing."
...
“Dos Cabezas” corrió por
su vida. A través de las calles
oscuras, los Genestealers le persiguieron,
cada vez más cerca, rápidos
y letales. Sentía su presencia
a su alrededor.
Saltó sobre una pila de basura
que había en el camino y giró hacia
una carretera más ancha. Dos trabajadores
asomaron su cabeza por una puerta para
ver qué estaba ocurriendo. Se escondieron
rápidamente.
“Dos Cabezas” corrió como
un demente. Su corazón latía
salvajemente, y su aliento era entrecortado.
El esfuerzo de mantener el hechizo de camuflaje
durante tanto tiempo le había drenado
buena parte de sus fuerzas. Se preguntaba
cuánto tiempo podría mantener
el ritmo.
Se arriesgó a echar una rápida
mirada sobre su hombro. Un Genestealer
acababa de dar la vuelta a la esquina.
Disparó su bolter de asalto, pero
los disparos fueron completamente imprecisos,
y el Stealer reculó un poco para
buscar cobertura.
Sintiendo
peligro en frente suyo, se giró de
nuevo. De un soportal oscuro estaba saliendo
un Stealer. Tuvo el tiempo justo de levantar
su hacha de energía antes del ataque.
Con el hacha por delante como si fuese
un espolón cortó a través
del pecho de la criatura, aunque el impulso
se la carga de ésta consiguió aturdirlo
un rato. Una garra cortó su brazo,
enviándole oleadas de dolor.
Ignorando
ese dolor, rodó por el
suelo mientras vigilaba a los perseguidores
que ya se le echaban encima. Apretando
el gatillo de su bolter de asalto trazó una
línea brillante a través
del pecho de muchos de ellos. La fuerza
de la servo-armadura le permitió liberarse
del peso de los cuerpos muertos. Se levantó y
continuó su camino a trompicones.
No mucho
más, pensó, forzándose
a avanzar un poco más. Podía
ver las grandes murallas salir por encima
de los edificios cercanos. Recitó un
hechizo para atenuar su dolor y siguió hacia
las murallas.
Su corazón se encogió cuando
vio lo que le esperaba. Una masa de deformes
y amenazadores hombres de ojos oscuros.
Algunos llevaban armas de energía
de aspecto antiguo. Otros llevaban espadas
en sus tres brazos. Por encima de ellos
se veía a los Genestealers puros,
flexionando sus brazos amenazadoramente. “Dos
Cabezas” se detuvo, mirando a sus
enemigos.
Durante
un momento se miraron con un silencio respetuoso.
El Bibliotecario encomendó su
espíritu al Emperador. Pronto la
Deathwing le llevaría. Su bolter
estaba casi sin munición. Sólo
con su hacha no podría hacer frente
a tantos durante mucho tiempo.
Como
si se hubiese dado una señal,
los Genestealers y su progenie avanzaron
a la carrera. Un rayo de energía
se estrelló contra su armadura,
derritiendo una de las calaveras talladas
en su pecho. Apretó sus dientes
y devolvió el fuego, abriendo grandes
huecos entre la masa de hombres sin armadura.
Hubo un sonoro ‘clic’ cuando
su bolter se encasquilló. Tirándolo
a un lado, corrió al encuentro de
sus enemigos entonando sus cánticos
de muerte.
Asaltó el mar de cuerpos que se
le venían encima en todas direcciones,
y que le golpeaban con espadas y garras.
Reunió las últimas fuerzas
para emplear su hacha de energía
con letal eficiencia, trazando grandes
arcos brillantes. Cortaba cabezas y miembros
por todas partes, pero por cada uno que
caía otro se acercaba. No podía
defenderse de todos sus golpes, y pronto
estuvo sangrando por numerosas heridas
y grietas en su armadura.
La vida
se le escapaba, y por encima de su cabeza
creyó oír el sonido
de poderosos motores. Deathwing venía
a reclamar su vida, pensó justo
antes de que un golpe le alcanzase la
cabeza y cayese inconsciente.
CloudRunner
hizo una pausa antes de borrar su insignia
personal, la nube y el trueno que llevaba
en la hombrera derecha de su armadura.
Se sintió cambiado. Eliminando
su insignia Imperial había eliminado
parte de sí mismo, se había
quedado sin parte de su vida. Comenzó a
grabar en la misma hombrera nuevos símbolos
rituales, los de la muerte y la venganza.
Mientras lo hacía, sintió los
poderes de los espíritus totémicos
inundándolo.
Miró a Weasel-Fierce. El sombrío
hombre había terminado de pintar
todos los símbolos de su armadura.
Ahora era blanca, el color de la muerte,
excepto en el hombro izquierdo, donde la
calavera había quedado como estaba.
Parecía apropiado.
Llevaron
a cabo un ritual que databa de la era antigua,
antes de que el Emperador hubiese llegado
con sus pájaros
de trueno. Sólo una vez antes CloudRunner
había visto ese ritual. De niño
había visto a una partida de guerreros
que habían jurado venganza pintar
sus cuerpos y perseguir a una horda de
guerreros de las Colinas que acababan de
matar a un joven de la aldea. Se habían
pintado los cuerpos con el color funeral
porque no esperaban regresar de una expedición
contra un enemigo tan superior en número.
BloodyMoon
le miró desde el otro
lado de la hoguera y le sonrió sin
humor. CloudRunner se le acercó.
“¿Listo, viejo amigo?”,
preguntó. BloodyMoon asintió con
la cabeza. CloudRunner se inclinó sobre
el fuego y metió las manos en la
ceniza. Con los dedos juntos fue dibujando
el símbolo de la Deathwing en
sus mejillas.
“Desearía que “Dos
Cabezas” regresase”, dijo
BloodyMoon mientras imitaba a CloudRunner
con las cenizas.
“Aún
puede sorprenderte.”
BloodyMoon
le miró con la duda
pintada en sus ojos. CloudRunner ordenó a
los guerreros que se preparasen. Formaron
en círculo alrededor del fuego.
Uno por uno, comenzaron a cantar sus
canciones de muerte.
...
Incluso
mientras lo transportaban por los largos
corredores de acero, “Dos
Cabezas” sabía que se estaba
muriendo. La vida se escurría de
sus heridas. Con cada gota de sangre que
caía sobre sus porteadores se sentía
más débil.
Parecía algún tipo de sueño
malvado, mientras era transportado por
los sombríos túneles a hombros
de las jorobadas figuras de la progenie
Genestealer. El Bibliotecario veía
estos acontecimientos a través de
una cortina de dolor, preguntándose
por qué aún estaba vivo.
Parte de su mente se daba cuenta de que
estaba en el interior de la nave que había
llevado a la progenie a su mundo.
La agonía le alanceó desde
dentro cuando uno de sus porteadores hizo
un movimiento brusco. Requirió toda
su fuerza de voluntad para no gritar. Entraron
en una sala alargada en la que una gran
figura deforme les esperaba. Le tiraron
al suelo a sus pies. La criatura movió la
cabeza hacia un lado, mirándole
con atención.
Las lágrimas corrieron por las
mejillas del Bibliotecario, mientras sufría
el dolor de intentar ponerse de pie. Los
guardias Genestealers se le echaron encima,
pero la gran criatura les miró y
se detuvieron en el acto.
“Dos Cabezas” miró con
nerviosismo, sabiendo que estaba en presencia
de un Patriarca Genestealer. Había
oído hablar de semejantes cosas,
los progenitores de una raza entera, los
más ancianos de sus árboles
genealógicos.
Miró a los ojos de su enemigo.
Sintió una especie de electricidad
que cruzó su cuerpo cuando sus mentes
entraron en contacto. El Bibliotecario
se encontró enfrentado a un enemigo
antiguo, implacable, mortal. Su mente retrocedió ante
el asalto de su monstruosa voluntad. Sintió una
urgente necesidad de arrodillarse, de rendir
pleitesía a este antiguo ser. Sabía
que merecía tal respeto.
Con un
esfuerzo, consiguió contenerse.
Se recordó a sí mismo que
este era el ser que había destruido
a su pueblo. Intentó darle un golpe,
reunir fuerzas en su brazo sano para acabar
con él de un solo golpe poderoso.
Se movió, pero sus piernas apenas
le respondieron y el Patriarca lo cogió con
facilidad, casi con ternura, y lo mantuvo
a raya con sus garras. El largo ovopositor
al final de su lengua se le acercó,
pero no llegó a tocarlo.
Repentinamente,
se encontró metido
de lleno en una lucha psíquica amarga
y letal. Tentáculos de pensamientos
alienígenas se insinuaban por todas
partes en su cerebro. Los bloqueó,
cortándolos con la espada de su
odio. Contraatacó con un rayo psíquico
de su propia ira, pero fue detenido por
la antiquísima voluntad que parecía
impermeable a toda influencia exterior.
El Patriarca
liberó todo su poder,
y “Dos Cabezas” supo que sus
defensas estaban a punto de ceder ante
semejante presión. El frío
y concentrado poder del Patriarca era demasiado
terrible. Incluso estando en perfectas
condiciones el Bibliotecario habría
tenido enormes problemas para defenderse.
Ahora, con sus fuerzas al mínimo
por la cantidad de sangre perdida y la
fatiga, no podía ofrecer la más
mínima resistencia.
Sus defensas
exteriores cayeron, y el Patriarca entró en su mente, rastreando
sus recuerdos, absorbiéndolas para
sí mismo. Durante un segundo, mientras
estaba desorientado, intentó de
nuevo golpear físicamente al Patriarca.
El Genestealer le evitó fácilmente,
pero la décima de segundo de distracción
sirvió para que de nuevo se enfrentasen
mente con mente.
Extraños recuerdos y emociones
alienígenas llenaron la mente del
Bibliotecario, amenazando con destruir
su cordura. Vio el pasado del Patriarca
ante él. Vio la larga serie de mundos
arrasados y las personas asesinadas. Vio
el mundo colmena del que había escapado
en una veloz nave antes de que las bombas
víricas lo arrasasen.
Con estupor,
se dio cuenta de que él
había estado en ese planeta – en
Thranx – y que la criatura también
había reconocido su aura de aquel
encuentro. Vio la nave medio destruida
por las andanadas del cerco Imperial
que apenas fue capaz de realizar el salto
a la disformidad.
Experimentó la larga lucha para
volver al espacio normal y las heladas
eternidades que les llevó estrellar
la maltrecha nave en un nuevo planeta virgen.
Vio al grupo de patéticos supervivientes
emergiendo de entre los restos; un puñado
de purasangres y tres híbridos.
Los vio fabricando rudimentarios hachas
con los metales de la nave para intercambiarlos
con los tribales, y los vio comenzar
el lento camino para establecerse en
un mundo hostil.
Se sintió gratificado mientras
la red de contactos psíquicos se
expandía con la aparición
de cada miembro de la progenie. Le invadió una
satisfacción fría con la
destrucción de las tribus y el conocimiento
de que pronto se construiría una
base industrial en el planeta. La nave
sería reparada. Nuevos mundos para
conquistar estarían pronto al
alcance de la mano.
Durante
un oscuro momento, la desesperación
llenó a “Dos Cabezas”.
Vio a los Stealers planeando expandirse
e infectar nuevos mundos desprevenidos.
Y él no podía hacer nada
para detener a esta vieja e imparable entidad.
Casi se rindió.
No podía ver la salida. La muerte
acechaba, y ese pensamiento le dio un respiro.
Sabía lo que tenía que hacer
antes de que lo inevitable ocurriese. Una
parte suya se rindió completamente
al asalto del Patriarca; la otra empujó a
su espíritu hacia el vacío.
Se encontró de nuevo en un lugar
frío, y sintió en la lejanía
el espíritu del Emperador, brillante
y luminoso como una estrella. Cerca estaban
los furiosos espíritus. El Patriarca
era una presencia cercana y hambrienta
dispuesta a esclavizarle para siempre.
En la distancia pudo escuchar los poderosos
motores de la Deathwing que venía
a reclamarlo.
El Patriarca
se dio cuenta de lo que pretendía
hacer demasiado tarde, e intentó romper
el vínculo. “Dos Cabezas” enfocó todo
su odio, todo su miedo y su ira, para mantener
la unión, una tarea que se hacía
más fácil gracias al anterior
contacto tan intenso. El Patriarca luchó frenéticamente,
pero no pudo liberarse.
El batir
de las alas se hizo más
fuerte, ahogando al Bibliotecario con un último
estruendo que podía ser un huracán
o su último aliento. Del centro
de un torbellino de agonía le salió al
encuentro un borbotón de oscuridad.
El remolino engulló al Patriarca.
Murió, destruida su esencia por
los espasmos de muerte del Bibliotecario.
Brevemente, “Dos Cabezas” sintió cómo
su enemigo se desvanecía, sintió la
pérdida en su progenie. Mientras
el espíritu del Bibliotecario se
alzaba libremente, tocó las mentes
de sus camaradas Marines para despedirse
y decirles lo que debían hacer.
Entonces “Dos Cabezas” ya no
supo nada más.
...
CloudRunner
sintió la presencia
mientras miraba el fuego. Alzó la
vista y vio a “Dos Cabezas” de
pie ante él. El Bibliotecario estaba
pálido. Su rostro estaba distorsionado
por la agonía, su cuerpo mutilado
por terribles heridas. Supo que era una
visión de su espíritu, y
que el viejo chamán estaba muerto.
Durante
un instante, creyó oír
el batir de unas poderosas alas y el rugido
del más poderoso de los pájaros
de trueno rugiendo hacia la luna. La presencia
se desvaneció, dejando a CloudRunner
con una sensación de frío
y vacío. Se estremeció con
el repentino helor. Sabía que había
sido tocado por el paso de Deathwing.
Miró hacia los demás y supo
que habían visto lo mismo. Alzó una
mano en un gesto de despedida y luego la
movió en un gesto para que los
Marines avanzasen.
Llenos
de determinación, los Exterminadores
de armadura blanca marcharon hacia
la ciudad.
CloudRunner
se sentó en el trono
y miró a sus visitantes. Su pueblo
estaba formado en largas filas, formando
un pasillo por el que los Marines avanzaban
lentamente. Eran liderados por un Capitán
y un Bibliotecario. Desde la puerta, la
inmensa mole de un Dreadnought vigilaba.
CloudRunner sintió que la visión
de aquella forma familiar le reconfortaba.
Vio las
inquietas y asombradas caras de la gente
mirarle como buscando seguridad. Mantuvo
su propio gesto serio y calmado. Sintió la inquietud de sus Hermanos
de Batalla y la extrañeza de la
gente que llenaba la gran casa del clan.
Mantenían sus bolters a mano,
como si temiesen un estallido de violencia
en cualquier momento.
CloudRunner
estaba contento de volver a verles. Desde
la muerte de Lame Bear, se había sentido muy solo. Vio varias
caras familiares entre los guerreros Imperiales
que se acercaban. Recuerdos de viejos días
en la Casa del Capítulo llenaron
su mente. Inspiró con fuerza tres
veces, tocó el antiguo traje blanco
que había a su lado para que le
diese suerte, y habló.
“Saludos, Hermanos Guerreros del
Cielo”, dijo.
“Saludos, Hermano Ezekiel”,
dijo el Líder Marine con algo
de suspicacia.
CloudRunner
se rascó las cicatrices
rituales con una mano agarrotada, y sonrió con
una mueca. “Así que al final
te han hecho Capitán, ¿eh,
BrokenKnife?”
“Sí, Hermano Ezekiel. Me
hicieron Capitán cuando tú no
volviste”. Se detuvo, esperando una
explicación.
“¿Y te llevó diez
años volver para recuperar los trajes
de gala de los Ángeles Oscuros?”,
preguntó éste a su vez
con una nota de recochineo.
“Ha habido guerras: una gran migración
de Orkos a través del Segmentum
Obscura. EL Capítulo fue llamado
a filas. Durante ese tiempo la ausencia
de nuestros Exterminadores fue muy sentida.
Por supuesto, tienes una explicación
para ello.”
Los Marines
miraron fija y fríamente
a CloudRunner. Era como si para estos jóvenes,
casi reclutas, fuese un extraño
o peor, un traidor. Recordó la primera
vez que había estado entre los Marines
y, por primera vez en muchos años,
se dio cuenta de su superioridad. Se sintió inquieto
y solo.
“Esta no es nuestra gente, CloudRunner. ¿Qué ha
ocurrido aquí?” preguntó una
voz atronadora. La reconoció como
la del Dreadnought. Entonces ya no se sintió tan
solo. HawkTalon estaba ahí, enganchado
a los sistemas de soporte vital de la máquina.
Al menos había una persona presente
que estaba de su lado, que era lo suficientemente
mayor como para comprender. Era como su
primera visión de las sombras de
Deathwing, cuando había visto un
rostro familiar que alejó sus
miedos.
“No,
honrado antepasado, no lo son. Son los
supervivientes no infectados por la conquista
Genestealer.”
Oyó a los Marines murmurar, vio
la forma en que preparaban sus armas instintivamente
para apuntar a la gente que se apiñaba
en el interior de los salones.
“Es mejor que te expliques, Hermano
Ezekiel,” dijo BrokenKnife.
...
CloudRunner
se encontró a sí mismo
contando su historia a los atónitos
Marines. Les contó el aterrizaje
de la compañía de Exterminadores
en este mundo, sólo para encontrarlo
devastado por los Genestealers. Les contó el
Concilio y la decisión que habían
tomado – de la aparición del
espíritu de “Dos Cabezas” y
de la marcha final de los Exterminadores
hacia la ciudad. Les habló utilizando
la complicada sintaxis de la lengua Imperial,
no el idioma de la Gente de las Planicies.
“Marchamos a través
de las negras puertas y nos encontramos
con los Stealers. Al principio estaban
confusos, como si hubiesen sufrido un golpe.
“Atacaban en pequeños
grupos, sin tener un plan coordinado o
una inteligencia superior que los guiase.
Los masacramos a todos.
“Avanzamos entre masas de gente
aullante mientras seguíamos el indicador
del localizador de la armadura de nuestro
Bibliotecario hacia el centro de la ciudad.
Genestealers puros salían de todos
los edificios mientras avanzábamos.
Atacaban con furia demente, pero sin
astucia, por lo que eran frenados y destruidos
con relativa facilidad.
“En el centro de la ciudad encontramos
un templo – un edificio que parodiaba
obscenamente las construcciones imperiales,
dominado por una gigantesca estatua de
cuatro brazos que se suponía era
el Emperador. La destruimos desparramando
sus pedazos por la calle, y tras ella
encontramos la entrada al submundo.
“Y fuimos hacia abajo, por los fríos
pasillos de acero. Pasamos junto a compuertas
de presurización y compartimentos
estanco. Era como una nave espacial enterrada.
Aún seguíamos la señal
del localizador, determinados a recuperar
el cuerpo de “Dos Cabezas” y
vengar su muerte.”
“Al principio nuestro avance fue
sencillo contra pequeños grupos
de Stealers aislados, pero entonces algo
cambió. Durante un instante hubo
paz.
“Intercambiamos miradas de extrañeza.
BloodyMoon preguntó por el intercomunicador
si era posible que los hubiésemos
matado a todos. Aún hoy puedo recordar
la duda pintada en su rostro, antes de
que un Stealer rompiese una rejilla de
ventilación y le arrancase la cabeza
destrozando su armadura. Masacramos a la
criatura con fuego de bolter hasta que
no quedó nada más que sangre.
“Los Stealers comenzaron a atacar
de nuevo. Pero esta vez sus ataques estaban
coordinados, guiados por alguna maligna
inteligencia. Era como si hubiesen estado
sin líder durante un tiempo pero
ahora un nuevo demonio se hubiese hecho
cargo.
“Nos flanquearon por corredores
paralelos, caían a través
de los paneles del techo. Hordas de Stealers
y sus acólitos semi-humanos nos
atacaban desde todos lados. Oleadas de
ellos se nos echaban encima con increíble
rapidez, amenazando con superarnos por
su simple número. Era una visión
horrible, ver a aquellas tremendas criaturas
avanzar con sus garras extendidas, ignorando
a sus semejantes mientras eran segados
por nuestros disparos.
“Y seguían viniendo. Nuestra
avanzadilla y retaguardia fueron emboscadas
y destruidas. Las amenazas llegaban tan
rápido que no teníamos
tiempo de ponderarlas.
“Vi un grupo de ellos eliminados
por el fuego de un lanzallamas, cuyo olor
era insoportable. Habían perdido
sus vidas en su furia ciega por matarnos.
Había una sensación de
furia opresiva en el aire. Era como si
hubiese una antigua deuda que saldar
con nosotros, y todos hubiesen jurado
morir para satisfacerla.
“Cualquier otra escuadra, incluso
de Exterminadores, habría sido derrotada
por la furia de su ataque, pero nosotros
llevábamos la marca de la Deathwing
sobre nuestras armaduras blancas de muerte.
Nuestras canciones funerales habían
sido entonadas, y nosotros también
teníamos nuestras propias deudas
que cobrar. Seguimos avanzando, centímetro
a doloroso centímetro.
“La sangre lavaba los pasillos mientras
nos habíamos paso hacia la gran
sala central. Allí encontramos a “Dos
Cabezas”. Estaba muerto, su cuerpo
cruzado por pavorosas heridas. Cerca estaba
el cuerpo del Patriarca, sin una sola marca
de violencia en él.
“El salón estaba lleno de
enemigos, purasangres e híbridos.
Habíamos logrado llegar a la sala
del trono. Nos enfrentábamos a muchas
veces nuestro propio número. Durante
un momento, nos detuvimos para intercambiar
furiosas miradas. Creo que ambos bandos
nos dimos cuenta de que estábamos
ante los últimos enemigos – que
el resultado de aquel enfrentamiento decidiría
el destino del mundo.
“Se hizo el silencio en la sala,
excepto el zumbido de nuestros sistemas
de respiración. Pude oír
el sonido de mi corazón latiendo.
Mi boca se secó. Pero extrañamente
me encontraba en calma, seguro de que pronto
me reuniría con mis antepasados.
Los Stealers formaron filas, y nosotros
alzamos nuestros bolters.
“A una señal invisible cargaron,
bocas abiertas pero sin emitir ni un sólo
sonido. Unos pocos de los híbridos
dispararon antiguas armas de energía.
A mi lado, un Hermano de Batalla cayó.
Desatamos una barrera de fuego que arrasó a
la primera oleada. Nada podría haber
sobrevivido. Todo lo que elegíamos
como objetivo caía muerto. Pero
había demasiados. Cayeron sobre
nosotros, y el conflicto final entró en
su fase más amarga.
“Vi a Weasel-Fierce caer bajo una
pila de Stealers. Su bolter se había
encasquillado, pero seguía luchando,
insultando a sus enemigos y maldiciendo.
La última vez que le vi acababa
de arrancar la cabeza de un Stealer que
había traspasado su pecho con sus
garras. Así cayó el más
grande de los guerreros de mi generación.
“Lame Bear y yo estábamos
luchando espalda con espalda, rodeados
por nuestros enemigos. Puños de
combate y espadas de energía mantenían
todavía a raya a muchos enemigos.
Su hubiese habido más purasangres
las cosas habrían ido mucho peor
aquel día, pero la mayoría
parecían haber caído en
los primeros ataques aislados.
“Aún así, no fue fácil.
Lame Bear cayó, herido, y me encontré luchando
cara a cara contra un horror blindado.
La bestia arrancó mi espada de mi
mano con un barrido de su garra. Di gracias
al Emperador por las armas digitales que
llevaba mi guante, y rocié el rostro
de la criatura con cargas venenosas, cegándola.
En el breve respiro, conseguí alzar
mi bolter en posición de disparo
y la ráfaga partió en dos
al monstruo.
“Miré a mi alrededor. Sólo
Exterminadores permanecían en pie.
Dejamos escapar exclamaciones de alegría
por encontrarnos aún vivos, pero
entonces nos dimos cuenta de la cantidad
de caídos, haciéndonos quedar
en silencio. Sólo seis habíamos
sobrevivido. No contamos el número
de Genestealers caídos.
“En el mundo de la superficie, los
hijos de la Gente de las Planicies nos
esperaban. Una gran multitud se había
concentrado en el exterior del templo para
ver el desenlace de nuestra batalla. Nos
miraron, atemorizados. Habíamos
destruido su templo y matado a sus dioses.
No sabían si éramos demonios
o redentores.
“Miramos a las lastimosas criaturas
que eran los restos de todos nuestros clanes.
Habíamos ganado, y habíamos
reclamado nuestro mundo. Aún así,
nuestra victoria parecía vacía.
Habíamos salvado a nuestros descendientes
de los Stealers, pero nuestro estilo
de vida estaba muerto.
“Mientras estábamos ante
la multitud, supe lo que teníamos
que hacer. El propio Emperador me proporcionó la
inspiración en ese momento. Expliqué mi
plan a los demás.
“Sacamos a la gente de la ciudad
y los reunimos en la llanura exterior.
Buscamos trazas de la progenie Genestealers
en ellos, pero no había. Toda la
semilla Genestealer parecía haber
sido destruida en aquella nave enterrada.
“Pasé entre las fábricas
y las chimeneas. Luego cogimos nuestros
lanzallamas y quemamos toda la ciudad hasta
los cimientos. Dividimos a la gente en
seis tribus y nos dijimos adiós
unos a otros, ya que sabíamos que
no nos veríamos más. Entonces
guiamos a nuestros descendientes lejos
de la ardiente ciudad.
“Lame Bear llevó a su gente
a las montañas. Yo traje a mis seguidores
a mi antiguo pueblo, y lo reconstruimos.
No sé que fue de los otros.
“He dicho a esta gente que he venido
en nombre del Emperador para reconducirlos
a las antiguas formas de vida. Les he enseñado
a pescar, cazar y disparar al antiguo modo.
Combatimos con otras tribus. Algún
día serán dignos de convertirse
en Guerreros del Cielo.”
CloudRunner
quedó en silencio.
Pudo comprobar que los Hermanos de Batalla
habían sido conmovidos por su historia.
BrokenKnife se giró hacia el Bibliotecario.
CloudRunner sintió la presión
del contacto de sus mentes.
“El Hermano Ezekiel habla con verdad,
Hermano Capitán Gabriel,” dijo
el Bibliotecario. BrokenKnife miró al
viejo Marine.
“Perdóname, hermano. Te he
juzgado mal. Parece que el Capítulo
y la Gente de las Planicies te deben muchísimo.”
“SemperFideles,” dijo CloudRunner. “Debéis
recoger las armaduras y devolverlas al
Capítulo, a donde pertenecen.
BrokenKnife
asintió.
“Quizás podáis hacernos
un pequeño favor. En honor a nuestros
muertos, dejad las armaduras con el color
de la Deathwing. Los hechos de nuestros
hermanos deben ser recordados.”
“Así será”,
contestó BrokenKnife. “La
Deathwing será recordada.”
Los Marines
se volvieron y pasaron junto al Dreadnought.
El poderoso ser permaneció allí,
mirando a CloudRunner con ojos inhumanos.
La partida
de los Marines dejó a
CloudRunner repentinamente cansado. Sintió el
peso de los años con inusual fuerza.
Sintió la mirada del Dreadnought
y alzó sus ojos.
“¿Sí, honrado ancestro?”,
preguntó en la lengua de la Gente
de las Planicies.
“Puedes venir con nosotros. Eres
merecedor de convertirte en un Dreadnought
Viviente.” dijo. Deseó poder
volver y pasar sus últimos años
con su Capítulo, pero sabía
que no podía ser. Ahora su obligación
era para con su gente. Debía hacer
que regresasen a las formas del Emperador.
Movió su cabeza.
“No
lo creo.”
“Eres un digno líder
de tu pueblo, CloudRunner.”
“Cualquier Guerrero del Cielo lo
sería, ancestro. A pocos se les
presenta la ocasión. Antes de que
te vayas, hay algo que debo saber. Cuando
nos encontramos por primera vez, me dijiste
que no debía convertirme en un Guerrero
del Cielo si había alguien a quien
me doliese dejar atrás. ¿Alguna
vez te has arrepentido de convertirte
en un Marine?”
El Dreadnought
le miró fijamente. “A
veces aún lo hago. Es triste dejar
a la gente que te importa, sabiendo que
será como si hubiesen muerto.”
“Adios,
CloudRunner. No volveremos a vernos.”
El Dreadnought
se giró y se fue,
dejando a CloudRunner sentado en el trono,
entre su gente, sus dedos jugando con un
antiguo mechón de cabello.