Relatos
 
 
 

"El último suspiro"

Autor: Karze

 

En el interior del recinto sagrado las sombras de la noche aún duraban y se arremolinaban junto con el humo de cientos de velas e incienso alrededor de una solemne figura.

Su estatura era imponente, aun con la rodilla hincada como se encontraba.Por los altos ventanales el día comenzaba a entrar como un torrente al interior de la catedral y la figura del guerrero se iba perfilando poco a poco.

Su silueta recortada por el reflejo naranja de las velas se intuía rezando o meditando. Con el comienzo del día volvieron también los bombardeos. Explosión tras explosión, muerte, destrucción… pero todo parecía ajeno a aquel lugar. En el interior de la catedral aún se mantenía una paz casi milagrosa.

La temperatura descendió bruscamente, las últimas vidrieras se hicieron añicos a causa de las ondas expansivas del bombardeo y los últimos remolinos de humo se desvanecieron.

- Mi señor, los tenemos encima.

Lentamente la figura se puso en pie y avanzó sin decir una sola palabra hasta la gran arcada de la entrada a la catedral. Las titánicas puertas habían sido destruidas hacía tiempo y tristes restos de la ornamentada y recargada madera se mecían aún en los goznes.

Cuando salió al gran patio de la catedral su verde armadura brilló bajo el sol y sus ropajes ondearon con el viento. Ya no les quedaba casi tiempo.

Allá donde mirara sus hermanos combatían a las inacabables hordas de enemigos sin descanso, oleada tras oleada solo encontraban la muerte frente a los sagrados bolteres de los defensores. Las ráfagas cortas y precisas acompañadas por algún destello de plasma retrasaban el avance enemigo, pero solo quedaban algunos minutos antes de que les superaran.

Apenas una veintena de hombres seguía defendiendo la catedral, las calles que subían hasta ella estaban a rebosar de berreantes mutantes y bestias deformes. Todos y cada uno de los ciudadanos de aquel perdido planeta habían sucumbido al Caos.

El perímetro defensivo ya no podía retirarse más, formando un círculo alrededor de la catedral resistían como podían, pero si había una cosa segura es que jamás se rendirían. Eran Ángeles de la Muerte, defensores del Imperio, héroes de mil batallas… pero por encima de todo eran Ángeles Oscuros.

Desenvainó su espada y empuñó su bolter a una mano. Gritó, gritó sobreponiéndose al rugido de muerte y destrucción. Su voz no podía ser acallada por nada ni nadie en ese momento.

Hermanos, puede que hoy sea el día en el que todos moriremos, puede que para nosotros hoy sea el último día, pero yo os digo: ¿Acaso vamos a rendirnos antes estos malditos bastardos? ¿Acaso vamos a deshonrar a nuestro capítulo solo porque nuestro enemigo nos supere? Solo hay una respuesta: ¡No! Somos Ángeles Oscuros, hijos del león y no daremosni un paso atrás. ¡Arrepentíos, pues mañana moriréis!

Sin pensarlo dos veces y acompañado por todos sus hermanos que aún quedaban en pie se abalanzó contra el enemigo. Sintió jubiloso como la sangre y las entrañas del enemigo iban empapándole, podía oír sus gritos de desesperación y súplica pero el único perdón que él conocía era la muerte. Podía sentir el miedo en el hedor que se desprendía de sus abotargados cuerpos.

Al final perdió la noción del tiempo, quizá llevaba media hora o quizá horas y horas. Hacía tiempo que el brazo le dolía de empuñar la espada y la munición del bolter se había agotado. Poco a poco su ataque perdió envite y algunos golpes enemigos conseguían burlar su guardia. A sus espaldas las calles se habían convertido en un lecho de muerte por dónde había avanzado como un torrente de muerte inmisericorde. Pero el tiempo se había acabado.

Un golpe, después otro, una caída y poco a poco solo oscuridad bajo la marea de enemigos que le engullía. Su transmisor crepitó de pronto: Hermano Anathor, los refuerzos han comenzado el desembarco… ¿Me recibe? Los refuerzos comenzarán a llegar mediante cápsulas de desembarco en apenas unos instantes… ¿Hermano Anathor?

Su tiempo había acabado, suspiró de alivio y tranquilidad al saber que las manos impuras jamás profanarían la vieja y desgastada caja de madera que había ocultado tras el altar de la catedral, y mucho menos su contenido.

Cuando el cadáver de Anathor fue recuperado no pocos se asombraron, él y sus hombres habían conseguido abrirse camino entre la marea enemiga hasta que la catedral era solo un punto en el horizonte tras ellos.

 

 

 
 
 
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