Relatos
 
 
 

 

“DECISION”

Autor: Nathrill DarkRaider

 

La sombra de la ciudad se proyectaba sobre la explanada como colmillos de una boca que pretendiese cerrarse sobre Ortiz. Los chicos de la brigada 103 habían descubierto el cuerpo no hacia ni media hora, y la noticia había corrido como la pólvora.

 

Del último recluta al Cuartel General del alto mando absolutamente todo el mundo sabía lo del cadáver. Y aunque el mando había ordenado acordonar la zona, la gente se arremolinaba junto a las barreras para intentar atisbar algo. Y es que aunque un cadáver no era extraño en un campamento militar de este calibre, no todos los días se podía uno topar con algo de ese estilo.

 

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El campamento no era grande, la mayor parte del ejército se había instalado en las ruinas de la ciudad, pues aunque el peligro de derrumbes era mayor, también lo eran las comodidades de las pocas viviendas que se mantenían en pie.

 

El gris del cielo, cubierto perpetuamente por la contaminación de siglos de industria, se tornaba parduzco para mimetizar las plantas superiores de los edificios. Cuyos límites se perdían en el infinito. Solo unas pocas luces certificaban la existencia de vida a esa altura, fogatas encendidas por los soldados. Ortiz llevaba solo dos meses en la zona, por el momento le habían asignado una escolta de 12 soldados, que si bien al principio se habían negado en redondo a servir bajo su mando, cuando se hizo evidente que las ventajas de trabajar para un Inquisidor (aunque fuera uno de tan bajo rango) eran mayores que los peligros que iban a sufrir, no tardaron en agradecer su posición.

Sus dependencias, incluían una pequeña habitación y un "despacho" que se había habilitado para trabajar. Una sala de reuniones daba paso a la zona de los soldados, una gran habitación donde los soldados habían instalado catres, mesas y unas duchas, aunque la constante lluvia que caía en el planeta, hacia que ducharse fuera más una búsqueda de agua caliente que un acto higiénico, pues segundos después de pisar la "calle", el barro le llegaba a uno por las rodillas.

 

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El día había comenzado francamente mal, le habían despertado antes del alba, cuando por fin los constantes bombardeos del enemigo habían disminuido lo suficiente como para dormir.

 

Había aparecido un cuerpo - y que demonios le importaba a él -, muerto - mejor que haya sido otro -, en una zona del campamento donde solo los locos y los suicidas entraban - se lo tendría merecido -, pero el problema era que la muerte de un vulgar soldado o miembro de la administración no hubiera requerido la presencia de un miembro de la inquisición – lo cual era una mala señal -. El oficial de intendencia que le habían mandado desconocía mas detalles, con lo que la charla intrascendente que mantuvieron durante el desplazamiento hasta la zona donde estaba el cadáver no aportó nada a Ortiz. Cuando llegó al lugar, situado en las afueras del puerto de la ciudad (una zona ya problemática antes de la llegada del ejército), una gran cantidad de gente se agolpaba alrededor del cadáver.

 

El puerto era una zona degradada, grandes naves para el almacenamiento de productos pesqueros crecieron durante años, sin un patrón determinado, eso fue antes de la llegada del Imperio, cuando todavía existía vida marina en los océanos que cubrían gran parte del planeta. Luego dos décadas continuadas de guerra habían acabado prácticamente con el 80% de la fauna local, especialmente con aquella marina. Miles de toneladas de explosivos químicos y nucleares habían arrasado los océanos, y la contaminación producto de los grandes barcos que descansaban en el fondo había envenenado las aguas más allá de cualquier esperanza de recuperación. Pronto las zonas portuarias de todo el planeta cayeron en la degradación, acogiendo a grandes masas de desempleados que se agolpaban en tabernas y burdeles. Focos de criminalidad comenzaron a surgir alrededor de grandes bandas que tras la invasión Imperial se dedicaron tanto al tráfico de armas, como de licor, juego y otros entretenimientos mucho más... directos.

 

El tumulto organizado se debía en parte al morbo de un asesinato, pero mas aún al hecho de que la naturaleza de la victima fuera, por así decirlo, tan especial e inesperada.

Ortiz maldijo por lo bajo, - esto solo significaría mucho mas trabajo, papeleo, interrogatorios, horas de visionado de cámaras y problemas, esto siempre traía problemas -. Desde arriba le meterían prisa, - no se puede retrasar una campaña por un muerto -. Desde abajo todo el mundo iba a negarse a dar información, - nadie traiciona a un compañero -. Y desde su propia organización, con poder suficiente para detener indefinidamente la campaña, sus compañeros tratarían de arrebatarle la investigación. Resolver un crimen de este calibre podía dar un prestigio ilimitado.

 

La verdad es que su designación como encargado de la investigación, había sido mas fruto de la casualidad que de un expediente brillante. Su transporte estaba haciendo escala en la zona cuando fue destruido en tierra por un contraataque repentino. Aun siendo quien era, los plazos que se estaban manejando para conseguirle un nuevo transporte hablaban de semanas o meses. Y eso si la contraofensiva que el enemigo estaba lanzando, no acababa por expulsarles de allí.

 

Cuando consiguió por fin acercarse al centro, tras tener que hacer frente en un par de ocasiones a fornidos soldados cuya bravuconería desaparecía en cuanto sus ojos se posaban en las insignias que colgaban del cuello del joven Interrogador, la visión que se presentaba ante él era… complicada.

En el suelo se hallaba lo que a todas luces no podía ser más que un Astartes, - lo cual ya era bastante malo -, pero el problema es que en el planeta no había presencia de los elegidos del Emperador, y más aún, pertenecía al misterioso capitulo de los Ángeles Oscuros. Si existía algún capítulo celoso de sus secretos, y con una relación más que tirante con la Inquisición , eran los Hijos del Lion.

 

Llevaba puesta una armadura de un modelo que solo sus estudios le permitían reconocer, pues tendría fácilmente 4 o 5 milenios de antigüedad, eso no hacia sino complicar mas las cosas. El hecho de llevar ese tipo de protección, sumado a la arcaica iconografía que salpicaba su pecho, hacían que un problema de carácter medio, se convirtiera en un desastre de carácter extraordinario. Podía encontrarse frente a un veterano Astartes asesinado, un ladrón - el Emperador no lo quiera -, un renegado habitante del ojo del terror, o un traidor - una perversión cuya única consideración merecía ser tachada de herejía .

 

El dolor de cabeza se empezaba a formar tras sus cuencas oculares… las implicaciones de todas y cada una de las posibilidades basculaban entre lo aterrador, lo increíble y lo desquiciante. Todo ello sin incluir lo que podría ocurrir en el caso de que los Astartes Ángeles Oscuros se enteraran de la situación por sus propios medios y decidieran realizar una investigación al estilo Astarte. Con violencia, rapidez y muchas bajas. Cosa que en ese preciso momento, y en esa zona de guerra, el Imperio no podía permitirse. Claro, que ocultar la muerte de uno de los suyos a los Ángeles Oscuros, también podía desembocar en rápida violencia y muchas bajas… la primera, él.

 

Además estaba el hecho de que mas o menos unas 50 personas testigos directos del cadáver podían no ser lo mas indicado para guardar un secreto… un par de comentarios al Oficial al mando, y pronto un batallón de soldados había retenido y subido a un transporte a todos aquellos presentes. Mientras que el servidor medico que se encargaba de la custodia del cadáver había hecho desaparecer por completo cualquier rastro de que allí hubiera habido un cadáver.

Los militares de la Brigada 103 protestaron, los civiles que había por allí chillaban mientras eran metidos a la fuerza en el transporte, pero las tropas, bajo las órdenes directas de la Inquisición, no necesitaban ninguna justificación. La autoridad más alta había ordenado, y lo mínimo que se esperaba era que se cumpliera sin hacer preguntas.

 

Probablemente la mayor parte de las tropas acabaran en regimientos en primera línea, y los civiles, bueno, los civiles pasarían el resto de su vida en batallones penales, - lo que hacia que su, ya escasa esperanza de vida, se redujera drásticamente -. Claro que lo que ocurriría si corría la voz de que un Astartes de muy oscura procedencia había sido asesinado, hacia que el menor de los males fueran 200 o 300 vidas perdidas.

 

 

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La fría luz de las lámparas del laboratorio iluminaba el cadáver, al que todavía no habían despojado de su armadura. Los dos médicos que estaban en la sala se miraban con preocupación, violar la integridad de la servoarmadura de un Astartes era algo para lo que querían una orden directa y un responsable. Ninguno de los dos pondría una mano encima del Marine hasta que hubiera una autoridad suficiente en la habitación. Aunque los dos estaban convencidos que si los ángeles del Emperador se enteraban de aquello ni siquiera estar bajo la protección del mismísimo Lord Inquisidor de Terra les salvaría de una horrible muerte.

 

El Interrogador entró en el viejo elevador, que había sido reparado por los soldados para poder instalar los laboratorios y el centro de mando en los pisos altos, fuera del alcance del ruido del campamento, y de los ocasionales ataques de elementos del ejército rival. Cuando Ortiz alcanzó la altura a la que estaban situados los laboratorios médicos, la cara que tenía estaba completamente blanca, no es que dudara de las capacidades mecánicas de los servidores que lo habían reparado, es que la vieja maquinaria agonizaba y chirriaba sin la supervisión autorizada del Mechanicus. Y más de una vez había imaginado lo que ocurriría si el elevador caía desde esa altura; no era probable que su cuerpo, ni aun estando mejorado, pudiese aguantar el golpe.

 

Tras pasar varios controles y adentrarse en lo más profundo del edificio, lejos de cualquier ventana desde la que acechar, Ortiz entró en la zona de seguridad del departamento Medico del batallón. Caminaba con preocupación en dirección al laboratorio, todavía no tenia claro si iba o no a dar esa orden. Los silenciosos pasillos hacían que los latidos de su corazón se mezclaran con las pisadas de sus botas, en un rítmico baile que le impedía pensar con claridad.

 

¿Qué haría? ¿Cuál era la respuesta correcta? Dar la orden de realizarle la autopsia podía desembocar en un conflicto directo con los Ángeles Oscuros. No hacerlo dejaría muy tocada su investigación. Y encima como más alto representante de la Inquisición en el sector, absolutamente nadie tendría valor para aconsejarle. La fría luz de los pasillos apenas iluminaba la gris estructura del complejo, Ortiz pasó por delante de cientos de cámaras, sin prestar mayor atención a ninguna, absorto en las disquisiciones que podían llevarle desde la gloria al fracaso más absoluto. El polvo se acumulaba en los pasillos, mientras se acercaba a la puerta tras la cual encontraría su problema.

 

El silencio precedía el laboratorio médico, la habitual cháchara monótona de los aprendices allí instalados se hacia mas presente en tanto el silencio se apoderaba del lugar. Ortiz dudaba, su mano detenida a escasos centímetros del lector de apertura de la puerta estaba congelada, el vello de su nuca se erizó cuando presintió que algo iba mal. Sus capacidades pre-cognitivas siempre habían demostrado ser acertadas, pero esta vez deseó que fuera un error. Una mala pasada fruto del cansancio acumulado.

 

Abrió la puerta, con todos sus sentidos alerta, preparado para cualquier cosa, - para cualquier cosa menos para lo que encontró -. Había tres figuras envueltas en túnicas, bajo ellas se podía apreciar una servoarmadura verde oscura, y los emblemas que rodeaban a una de las figuras mostraban claramente los símbolos del “Reclusium”.

Antes de que pudiera hablar siquiera, uno de ellos se dio la vuelta rápidamente con su arma desenfundada. Ortiz no oyó el disparo, pero si vio el destello. Su mente proceso la situación con velocidad, pero no lo suficiente, el proyectil le impactó la gorguera. Todo se tornó negro, el dolor le recorrió la columna, mientras los dispensadores químicos de la armadura trataban de bloquearlo. Notó como su cuerpo tras golpear la pared tras de si, resbalaba por ella hasta el suelo. Lo último que oyó fue: -“Olvidaos de él. Recojamos al Hermano Israfael y salgamos de aquí”-.

 

Vaya, después de todo no había sido necesario tomar ninguna decisión .

 

 

 

 

 

 
 
 
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